lunes, 27 de diciembre de 2010

CERRANDO EL CÍRCULO, DE VUELTA A DELHI

Jueves, 19 de agosto de 2010

A las 05.30 suenan los teléfonos de las habitaciones, es el personal de recepción que nos despierta a esta hora siguiendo las indicaciones que les habíamos dado. Tal y como acordamos nos abren el restaurante para el desayuno y como a estas horas aún no está la cocina abierta nos tenemos que conformar con tostadas, café, zumos y fruta.

Para evitar problemas solicitamos en recepción el día anterior que dos taxis nos recogieran a las 06.00 en la puerta del hotel y que nos llevaran al aeropuerto por un precio de 450 INR – 7,5 € cada uno. Nos aseguramos de que los taxistas atan con diligencia los equipajes a la baca del coche y nos divertimos viendo como Nacho tiene que entrar por la ventanilla al asiento del copiloto ya que la puerta está rota y no se abre.

El aeropuerto de Udaipur se sitúa a unos 22 km de la ciudad y nos sorprende la moderna terminal que nos recibe. Se repite el ritual que ya conocemos, varios controles de seguridad en los que te solicitan que muestres de manera repetitiva los billetes de los vuelos en papel y los pasaportes. En la India, como son muchísimos millones, han encontrado la forma de que trabajen todos: pedirte los papeles 5 veces en sitios diferentes, y asunto solucionado. Y cuando estamos facturando nos tienen preparada una sorpresa, hay que pagar una tasa de 150 INR – 2,5 € por pasajero por uso del aeropuerto, está claro que necesitan pagar la reciente modernización de las instalaciones. Después de pasar los estrictos controles de seguridad de los aeropuertos indios, y que ya conocemos bien sólo nos queda esperar.

El vuelo lo contratamos vía internet hace varios meses con la compañía Jet Airways y de entrada la aeronave nos llama la atención, porque se trata de un avión con dos hélices que nos transportará durante aproximadamente hora y media hasta llegar a Delhi. Discurre sin novedad y a pesar de que no nos dan ni una triste chocolatina lo más importante es que no tenemos percances con el equipaje y llega puntual a su destino.


Nos agenciamos dos taxis prepago hasta el Paharganj y nada más salir al exterior del edificio comienza a llover de forma suave. Procuramos que todos los equipajes vayan en el maletero o con los pasajeros en los asientos traseros para evitar que todo se empape ante la amenaza de lluvia monzónica. Y menos mal que lo hacemos, porque nada más arrancar empieza a diluviar.

Al grupo que conformamos Isabel, Marta, Javier y yo nos toca un vehículo del tipo Ambassador, automóvil que se pueda considerar como el orgullo todo un país. Se trata de un modelo perteneciente a la empresa Hindustan Motors y es un sedán basado en el Morris Oxford inglés que tiene el mérito de ser el primer vehículo que se fabricó en la India, allá por la década de los 50. Y por el aspecto interior del coche, seguro que no lo han limpiado desde entonces. Me acomodo delante en un sillón único y de una pieza que comparto con el conductor, y en la parte de atrás viajan Isabel, Marta y Javier y una de las tres “morcillas”.

El conductor es un tipo peculiar, conduce con chanclas (habitual en este país) y de porte menudo y enjuto no debe de pesar más de 50 kilos. No habla ni una palabra de inglés así que de manera amistosa al hablar entre nosotros nos referimos a él con el nombre de Treintaki (en referencia a los treinta kilos que de forma exagerada decimos que debe pesar). El viaje se convierte en una odisea porque diluvia a mares, el tráfico es pesado y denso y nos cuesta avanzar entre la maraña de vehículos y para colmo, nuestro amigo Treintaki tiene que salir en varias ocasiones del coche, bajo la pertinaz lluvia a colocar la goma de las escobillas que se escapa de los brazos de los limpiaparabrisas, que no son capaces de retirar el velo de agua que cae sobre la luna delantera.

Un poco hartos de atasco y coche el conductor nos deja en la entrada de Main Bazaar, justo al lado de la estación de tren, en el extremo contrario de la calle al que llegamos el primer día que pisábamos Delhi. Y ahora es cuando a Treintaki le tocaba reírse de nosotros, así lo reflejaba una sonrisa maliciosa que asoma en su rostro mientras nos ponemos los chubasqueros y tomamos los equipajes del maletero. Sabe perfectamente que nos vamos a poner como sopas.

Por fortuna las obras en el desolado y devastado Main Bazaar que conocimos hace tres semanas llevan buen ritmo y el tramo de calle que tenemos que atravesar ha sido despejado de escombros y la calzada hormigonada en parte. Aún así tenemos que avanzar cargados con las “morcillas” bajo la intensísima lluvia, mientras saltamos charcos de fango y lodo y tenemos que quitarnos de encima a los cansinos comisionistas que nos quieren enganchar. Mira que son pesados y cansinos los tíos, que a pesar de verte cargado y con un mal humor manifiesto no cejan en su empeño. Al final alguno agota nuestra paciencia y educación: Ya te he dicho que no queremos nada, apártate de nuestro camino y deja de molestar, joder.

Con más pena que gloria ganamos el Hari Piorko, dónde habíamos quedado en reunirnos todos. El otro grupo aún no ha llegado, nos hemos separado en el monumental atasco que hemos sufrido. Empapados hasta la médula entramos en el hotel dónde nuestro colega de recepción se acuerda de nosotros y nos ofrece las mismas habitaciones, al mismo precio. Pedimos dos más, para los que en teoría están por llegar.

Convertimos las habitaciones en secaderos improvisados y tendemos toda la ropa que llevamos empapada. Por suerte, las fundas y las mochilas han absorbido el agua y el contenido de las mismas, casi en su totalidad, está seco. Recibimos un SMS de Nacho, al parecer a ellos les han dejado en el extremo opuesto de Main Bazaar y para evitar calarse se han metido en el primer hotel con pinta decente que han visto, así que nos alojaremos separados.

Una vez acomodados nos juntamos todos en el Hari Piorko (excepto Javier que decide quedarse durmiendo) y caminando llegamos hasta el extremo de Main Bazaar que da a la estación de New Delhi. Por suerte ha dejado de llover y caminar no nos supone más que un ejercicio de sorteo de charcos y barro hasta conseguir un par de tuk tuk que nos lleven al Mc Donald´s más cercano que por suerte se ubica muy cerca, en Connaught Place, así que nos aseguramos de que los conductores entienden lo que queremos y nos dejan en la puerta.

La gente que frecuenta estos restaurantes de comida rápida suele ser clase media o acomodada y abundan a estas horas colegiales de 14-16 años que toman el almuerzo, muchos de ellos ataviados con sus uniformes. Damos buena cuenta de hamburguesas de pollo, que son las que hemos comprobado tienen un sabor más occidental” y como postre batidos y helados. Queremos hacer algunas compras, y siguiendo las indicaciones de la guía preguntamos por una supuesta zona de tiendas próximas a nuestra posición. Sólo tenemos que cruzar la calle y no tardan en asediarnos vendedores callejeros.

Llegamos a la zona del bazar, que es lo más parecido a un mercadillo callejero de los de toda la vida en España, con la diferencia que en plena calle se accede a él a través de un pórtico de seguridad con detector de metales al que nadie presta atención. No encontramos lo que buscamos, que son imitaciones de calidad de ropa de marca, ya que todo lo que venden no dejan de ser copias baratas que producen en nosotros sonoras carcajadas. Así que el que tiene rupias por gastar lo acaba haciendo en locales comerciales al uso, dónde los precios son fijos y no es posible el regateo. Es una forma de descansar del agotador y tan extendido método de venta en este país y en otros muchos.

Queremos dar una vuelta por Old Delhi y el mercado de Chandni Chowk y qué mejor forma de hacerlo que llegando hasta allí en metro, lo que nos brindará la oportunidad de probar este medio de transporte, inédito hasta ahora para nosotros en la India. Aquí los controles de seguridad son más estrictos y te los policías te llegan a cachear si se generan dudas a tu paso por el arco metálico. El metro de Delhi nos sorprende gratamente, a pesar de contar con información previa que hablaba maravillas de él. No tiene nada que envidiar a cualquier metro de ciudades occidentales; limpio, moderno y organizado.

Lo más curioso es que el importe varía dependiendo de la longitud del trayecto y lo hacen contando las estaciones y que no te dan un billete en las taquillas sino una ficha como la que se emplea en los coches de choque de las ferias. Se pasar por un escáner en la entrada y la tienes que conservar hasta el final del trayecto dónde acciona un torno que se la traga.


Nada más salir de la boca del metro comienzan a asediarnos personajes de todo tipo para intentar colocarnos sus servicios, algo que ya conocemos de sobra. La zona de mercado es antigua, sucia, muy sucia y está repleta de pequeños comercios y talleres dónde la gente de estrato social más bajo cubre sus necesidades primarias. No nos llama la atención y se nos pasa por la cabeza que no vamos a encontrar nada de nuestro agrado para comprar los últimos souvenirs así que ponemos pies en polvorosa.

Nacho, Fátima, Óscar y Alberto negocian varios tuk tuk hasta que uno accede a llevarles de vuelta a Main Bazaar por 100 INR – 1,66 €. Isabel, Marta y yo tratamos de hacer lo mismo, pero o bien nos piden el triple del precio o directamente ni se molestas en escucharnos, debe ser que a estas horas y con el tráfico la carrera no les sale rentable. En vista de ello, optamos por volver al metro y regresar por este método. Nos vemos obligados a hacer un transbordo y nos liamos porque las indicaciones no son muy claras y hay tramos en construcción, no abiertos al público, que inducen a error. Menos mal que nos encontramos con un par de señores, que seguramente vuelven del trabajo hacia sus casas, y se brindan a acompañarnos para no desorientarnos entre las líneas del suburbano.

Llegados al destino tomamos un cicloricksaw que maneja un chaval joven con la cabeza afeitada lo que nos hace pensar que está enfermo. Conducir el aparato en estas calles tan estrechas y transitadas es complicado y es golpeado por un par de tuk tuk, que no se andan con miramientos. Con gran esfuerzo nos deja cerca de la puerta del hotel, nos da pena, así que le pagamos la carrera y le damos otro tanto en concepto de propina. Seguro que con el dinero podrá dormir con el estómago lleno, al menos el día de hoy.

Javier se ha levantado y me quedo con él charlando en la recepción del hotel mientras las chicas se acercan a llamar por teléfono y a comprar unos collares en la tienda de al lado. Cerramos en el propio hotel un taxi para la próxima madrugada que nos lleve al aeropuerto por 400 INR – 6,67 €. El resto del grupo pasa a saludarnos antes de irse a cenar algo y a confirmar la hora a la que nos encontraremos todos en el aeropuerto a la mañana siguiente.

Javier y yo, nos divertimos en el hall del hotel con el encargado de la recepción ante una visita de una pareja australiana que llega, mochila en hombro, en busca de habitación para pernoctar. El chico mira las habitaciones mientras la chica nos sonsaca información sobre el nivel de calidad del hotel. Y ofrecen 180 INR por la habitación doble para pasar la noche, ante lo que el empleado y nosotros no podemos disimular la risa. Por 180 INR que se preparen para dormir en una habitación compartida, con letrina común para todos y cucarachas en el suelo.

Cuando regresan las chicas, como estamos cansados y no tenemos mucha hambre optamos por la decisión fácil. Tomar el ascensor y subir a restaurante de la azotea al aire libre. Y la verdad es que el sitio está bien, con plantas y enredaderas que refrescan el ambiente alrededor de las mesas. El camarero, un nepalí estrambótico, al principio nos cae simpático, pero al rato se torna en cargante y predecible. Nos ofrece cervezas a lo que le decimos que no hace falta: Hemos hablado con el de recepción y nos la va a conseguir él, más barata. Compiten entre ellos mismos por la comisión de la cerveza que pueden ser 20-25 INR.

Tomamos un par de pizzas con unas cervezas mientras hacemos un recorrido mental y verbal por todas las peripecias que nos han acontecido durante las tres últimas semanas, ha habido cosas magníficas y hay otras que no nos han gustado, pero en general la experiencia ha sido positiva. Nos vamos a la habitación temprano, hay que ordenar todo el equipaje y en apenas unas horas nos tendremos que poner en pie.


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