lunes, 27 de diciembre de 2010

LLEGADA A NUEVA DELHI

Domingo, 01 de agosto de 2010

Al recorrer el finger que nos lleva del avión recién aterrizado hasta la modernísima terminal internacional de aeropuerto Indira Gandhi (http://www.newdelhiairport.in/traveller.aspx) notamos como la humedad azota nuestros cuerpos. El nuevo edificio de la terminal acaba de ser inaugurado de cara a la reunión de la Commonwealth que se celebrará en la ciudad el próximo mes de octubre. Enormes pasillos enmoquetados nos dirigen hacia la zona de control de pasaportes; incluso podemos ver cómo hay personas que debido a las enormes distancias se trasladan en cochecitos como los empleados en los campos de golf. Pronto empezamos a ser testigos presenciales de la idiosincrasia india ya que los operarios se toman su tiempo para revisar los pasaportes y visados de los turistas que quieren acceder al país.

Superado el trámite nos toca la primera visita a los baños en tierra india para constatar que, al menos, en el aeropuerto el sistema es mixto, dispones de tazas de WC occidentales y de los famosos baños de suelo o letrinas, a gusto del consumidor, todo reluciente e impecable. Resulta patente que el recién inaugurado edificio aún no dispone de funcionalidad completa; los cajeros automáticos no funcionan o simplemente no se pueden conectar a la red eléctrica, la supuesta oficina de información turística no existe (y mira que nos aseguraron vía mail desde la web del aeropuerto que ya estaba operativa) y el personal de atención al público, entre pasivo y desbordado ante los acontecimientos.

Mientras el resto guarda los equipajes Isabel y yo intentamos acceder a la terminal de salidas ubicada en la planta superior, pero para poder hacerlo hay que salir a la calle. Otra bofetada de realidad; pasar del interior refrigerado del edificio a la sauna del exterior, las gafas empañadas y la ropa pegada al cuerpo en cuestión de segundos. La escaramuza resulta improductiva porque militares con metralleta en mano sólo permiten el acceso a la terminal de salidas si portas un billete de avión válido para el día y muestras tu pasaporte, por lo que tenemos que desistir. La sorpresa viene ahora, cuando tratamos de volver a entrar a la terminal de llegadas; dos militares con AK-47 al hombro y con un nivel escaso de inglés no nos permiten la entrada. Por suerte tras cinco minutos de explicaciones y haber mostrado los resguardos de los billetes del vuelo que nos ha traído a la India nos dejan entrar (es una buena costumbre no deshacerse de ciertas cosas, nunca sabes cuando las puedes necesitar).

En la India y sin cajero para sacar efectivo. Menos mal que lo teníamos previsto y llevábamos metálico para salir del apuro. Isabel canjea 50 € en la oficina de cambio de Thomas Cook (las hay a patadas en las terminales de los aeropuertos indios) y es dónde seguimos constatando la cultura india, 5 personas tras el mostrador para atender, pero sólo una lo hace. El resultado es que tardamos más de 20 minutos en realizar una operación que en condiciones normales no debería llevar más de dos. Afortunadamente la oficina de taxi prepago de la policía de Delhi (así se hace llamar) está al lado y nos resulta sencillo contratar dos vehículos hasta el Paharganj (360 INR – 6 € cada uno de ellos).

A pocos metros de la salida nos esperan los taxis de la compañía contratada, de color negro y amarillo; en España podrían tener sin problema matrícula de vehículo histórico por la pila de años que acumulan. Los equipajes son apilados en el techo del coche, atados con cuerdas, ya que el pequeño maletero no tiene capacidad suficiente mientras los taxistas nos solicitan con vehemencia el resguardo que nos han dado en la oficina. Después de un rato de discusión comprendemos que lo necesitan para presentarlo en la barrera de salida y acto seguido nos los devuelve; es necesario quedárselos hasta el final del trayecto cuando entonces se lo entregaremos al conducto (sin el resguardo no cobrará la carrera). Es la única forma de asegurarnos de que nos llevan al sitio contratado.

Y ya con el coche en marcha, ¡allá vamos India!. Cuidado, no os quedéis pegados con la mierda que tienen los asientos………. y ese salpicadero, por dónde no pasan un trapo desde que la India era colonia inglesa. Rápidamente nos sorprende la variedad de vehículos que uno se encuentra por la autopista; tuk tuk, motos, bicicletas…El día ha amanecido plomizo y se agradece porque las nubes nos protegen del sol, esta humedad con el astro rey sobre nuestros cogotes podría ser mortal. Abandonando la autopista entramos en una zona residencial, con calles más limpias, dónde abundan las zonas verdes…….y los monos!!!. Podemos ver varios en los árboles próximos a la calzada, incluso alguno muerto sobre ella que presumiblemente había sido atropellado recientemente.

No tardamos en abandonar el entorno anterior, un espejismo efímero, para acceder a calles más sucias y más concurridas al tiempo que tratamos de asimilar que aquí las rotondas se toman al revés (en la India se conduce por la derecha). El taxi se detiene en un semáforo, dónde una niña de no más de seis años, descalza, famélica y cubierta por la suciedad realiza piruetas en el suelo para luego acercarse a la ventanilla pidiendo dinero. Ahora sí que estamos empezando a comprobar la verdadera dimensión del país, que aún es más palpable cuando de pronto el taxi gira y entra en una calle sin asfaltar, con montañas de escombros a ambos lados. ¿Este dónde nos lleva? pregunta Isabel. Habrá cogido un atajo, respondo.

 

No se trata de un atajo, hemos llegado a Main Baazar, calle principal del barrio mochilero de Paharganj y apenas cien metros más allá el coche se detiene, no puede avanzar más por las obras y los escombros, y además empieza a llover, el monzón hace acto de presencia. Con cara de absoluto asombro y perplejos por lo que vemos, tomamos nuestros equipajes a la vez que varias personas empiezan a acercarse a nosotros intentando vendernos cualquier cosa (comida de puestos callejeros, tuk tuk, alojamiento…). La imagen que vemos es muy similar al paisaje que aparece en las películas tras una explosión atómica, después de que haya pasado la onda expansiva y todo haya quedado arrasado, todos los edificios se encuentran en estado de demolición y montañas de escombros y basuras se acumulan sobre la superficie. Por no hablar de la gente que deambula por las calles, fiel reflejo de la pobreza que se vive en el país.


Tenemos que pensar rápido así que decidimos entrar en un pequeño local, se llama Apettite, para desayunar algo y tomarlo como base de operaciones y también protegernos de la lluvia. El simpático y joven indio (Marta bautiza al chaval como Mowgli, por el parecido físico) que regenta el local nos acoge amablemente a la vez que nos permite acumular los equipajes en un rincón del salón. Tenemos muchas ganas de probar la comida india, así que pedimos un desayuno típico del país: tortilla de vegetales (los pimientos verdes pican como demonios), un chai (té con leche) y un vaso de lassi (bebida de yogur batido). Javier y yo seremos los encargados de acercarnos a intentar gestionar habitaciones en algún hotel mientras los demás esperan con las cosas.

Nos gusta el Hari Piorko (http://www.hotelharipiorkodelhi.com/), del que tenemos buenas referencias de algunos blogs de viajeros. Caminar por la calle principal en busca del hotel se convierte en una odisea, saltando montañas de escombros, charcos de agua y barro, perros, bicicletas y carros, y como elemento generador de adrenalina, los restos de la demolición que llueven desde las plantas superiores de los edificios. El hotel está cerca, nos enseñan las habitaciones y nos parece un lujo para lo que se debe estilar por la zona. El precio que nos piden de entrada es de 1500 INR por habitación doble con AC y tras regatear (deporte nacional en India) conseguimos rebajarlo a 1.200 INR – 20 €. Nos vamos a buscar al resto y ya con todos los bártulos y transitando por callejones, fuera de la calle principal en obras, conseguimos llegar al hotel. Para registrarse es necesario copia del pasaporte que ellos mismos escanean y rellenar un enorme libro al estilo de los moteles de las películas americanas de los años 50.

Ya alojados nos preparamos para buscarnos el modo de visitar Delhi durante esa tarde. Caminamos por Main Baazar hasta llegar a la estación de ferrocarriles de Nueva Delhi, buscamos cajeros automáticos para conseguir efectivo. Comisionistas tratan de vendernos billetes de tren a la vez que no nos permiten la entrada en la estación por lo que decidimos caminar hasta Connaught Place, centro neurálgico y de negocios de la zona. El paseo nos sirve para darnos cuenta de que continuamente tendremos que estar soportando ofrecimientos de la gente, sobre todo en lo referente a transporte. La zona está también en obras, se construyen y amplían aceras y nos impacta ver cómo son mujeres las que se encargan de realizar el trabajo.



Connaught Place es una especie de enorme plaza formada por viales de círculos concéntricos y otros que la cortan radialmente, atravesarla puede llevar horas y más si los conductores de tuk tuk son incapaces de entender a dónde te quieres dirigir exactamente así que desistimos de intentar llegar a la oficina oficial de turismo, no tenemos tiempo para ello. Entramos en una agencia con supuestos distintivos oficiales del gobierno indio, sabemos bien que es práctica habitual en Delhi y que se tratará de una agencia privada que trata de atraer a los turistas con estas artimañas. Necesitamos agenciarnos un tour de medio día para visitar los principales puntos de interés de la capital, un agente turístico, Latiff Ratta, nos dice que no hay plazas en el general (nos hacen creer que llama para confirmarlo) y ante eso nos ofrece una furgoneta privada con AC visitando los sitios que nosotros queramos; el precio, 700 INR – 11,66 € por cabeza. Pero antes nos tiene que indicar dónde hay un cajero y le pedimos que nos recomiende un restaurante típico, no turístico.

Uno de los trabajadores de la agencia nos acompaña al cajero y para ello pone en práctica el modo habitual de cruce de vías con tráfico para peatones en India. El método consiste básicamente en echarle narices y con la mano en alto, como si uno se imbuyese de poder sagrado, parar los vehículos e ir avanzando. Nos da un consejo muy importante; mantener la calma y en caso de duda quedarse quieto, serán los propios vehículos los que te esquiven. El cajero del CITIBANK nos proporciona hasta 20.000 INR en efectivo en una única operación (no volveríamos a encontrar en la India uno igual). El restaurante al que nos guían es una franquicia de la cadena Sagar Ratna (http://www.sagarratna.in/) y ofrece comida típica del sur de la India, un local limpio e impoluto, ni un turista en su interior, únicamente nativos. Nos dejamos guiar por el camarero: masala dosa (empanadilla de vegetales), salsas, una especie de torta rellena de queso (cheese kulcha), lentejas (dhal), paneer (queso típico del país) y todo acompañado de chapatis para mojar y comer al estilo indio (no se emplean cubiertos y todo se toma de las fuentes directamente con el pan), un poco de helado para rebajar la especiada y picante comida y un para acabar masticamos un puñado de anises y azúcar en grano grueso para conseguir un regusto de frescor en la boca.

Acabada la comida sólo tenemos que cruzar la calle (es un decir, cruzar las calles en India es una aventura con riesgos) para tomar nuestro transporte e iniciar el tour por la ciudad, encaminándonos en primer lugar hacia Old Delhi, que es la parte más antigua y sucia de la ciudad. Desde la furgoneta contemplamos las riadas de gente que inundan las calles, el colorido de la vida diaria de los barrios, los enormes manojos de cableado eléctrico que casi ocultan la luz sobre las fachadas, las vacas (la primera vez que las vemos) que deambulan errantes entre el tráfico…

 

La primera parada es la mezquita musulmana de Jama Masjid, con un enorme patio que puede dar cabida a 25.000 fieles y considerada la más grande del país. Al entrar se pasa por un arco de seguridad cuyos encargados parecen dormitar; todos pitamos al atravesarlo pero no nos detienen a ninguno. Aquí tenemos el primer contacto con el abuso hacia el turista; es obligatorio descalzarse y por supuesto dejar los zapatos en custodia en la puerta para luego pagar por el servicio. Además a las chicas les quieren colocar un paño sobre los brazos (visten camisetas normales, sin tirantes) para poder acceder ante lo que se niegan y deciden quedarse fuera mientras guardan los zapatos de los chicos que entramos a hacer unas fotos (por la cámara también hay que pagar). El interior alberga un enorme patio rectangular dónde miles de palomas pueblan el suelo. Abandonamos el recinto ya que no hay mucho que ver y descansamos un rato en la escalinata de acceso al templo.

 

De nuevo en la furgoneta la siguiente parada es el Fuerte Rojo. En puestos callejeros venden fruta troceada y pelada a la que colocan barritas de incienso para tratar de alejar los miles de moscas que sobre ellas se posan. Para acceder al recinto es necesario pasar dos controles de seguridad, con cacheo incluido y en filas separadas para hombres y mujeres, después de esperar una enorme cola y de haber sacado las entradas en taquillas separadas para turistas y nacionales (pagamos 250 INR – 4,16 €, 10 veces más que los nacionales que sólo pagan 25 INR). El fuerte en su interior es un impresionante complejo de murallas, pasadizos, jardines y estanques que se encuentra abarrotada de multitud de indios que aprovechan el domingo para visitarlo.

 

El próximo destino es el Raj Ghat, lugar de cremación de Gandhi y dónde arde una llama en conmemoración del acontecimiento. El lugar se encuentra en el medio de un parque, lo que nos sirve de alivio puesto que evitamos las decenas de vendedores ambulantes que nos atosigan en cuanto ponemos el pie a tierra. Es necesario descalzarse para llegar a la lápida conmemorativa; Isabel lo hace, el resto preferimos verlo desde el muro que rodea el escenario. Como nota curiosa, comentamos lo que hemos observado repetidamente; los indios varones caminan en pareja agarrados de la mano por la calle, en señal de amistas, es algo muy habitual.


Acabada la visita nos conducen de nuevo a la agencia ya que la persona que nos atendió (Latiff Ratta) quiera hablar con nosotros, para ofrecernos un conductor para hacer una ruta por el Rajastán. El tipo nos cuenta historias de todo tipo para ganarse nuestra confianza, que le encanta España, que tiene familia allí y que en dos semanas visitará el país para disfrutar de unas vacaciones. Como es posible que necesitemos sus servicios para la llegada de Nacho, le prestamos aparente interés y nos quedamos con su teléfono. No queremos perder más tiempo así que le pedimos continuar con nuestro tour. El próximo destino es el Rajpath o “puerta de la India”, un enorme monumento en forma de arco dónde se celebra algún acto festivo porque centenares de personas pueblan el lugar.


Nuestro próximo destino es el Palacio Presidencial, que vemos desde la furgoneta. La noche ha caído sobre Delhi y ahora transitamos por una zona más moderna, con calles anchas y limpias y sin muestras de la pobreza que inunda Old Delhi. La última parada es el templo de Laxmi Narayan, construido con capital privado y que llama la atención por sus colores rojos y blancos y la continua presencia del símbolo de la cruz esvástica en su decoración.


Es hora de volver al hotel. La furgoneta nos deja en el acceso a Main Bazaar, que sigue siendo a estas horas un hervidero de puestos de fruta ambulantes, un ir y venir incesante de gente y por supuesto continúan los trabajos de demolición de los edificios; en la India la mano de obra es abundante. Después de comprar unos plátanos en un puesto callejero, entramos en el Vivek Hotel (http://www.vivekhotel.com/), aprovechando para hacer el checking online de los vuelos del día siguiente en internet, y cenamos en la terraza de la azotea. Aquí constatamos varias cosas; desde que haces el pedido hasta que te sirven pasan al menos 45 minutos en la India. Por primera vez probamos la Kingfisher (cerveza india) y el pollo tandoori (pollo al horno con especias) que aunque lo pedimos “non spicy” nos lo sirven picante a rabiar. Por suerte el pollo al estilo afganí no pica en absoluto. Desde la azotea observamos como los trabajos de demolición siguen en los edificios colindantes, da igual que sea noche cerrada.

Cruzamos la devastada calle para llegar al hotel y buscar un remanso de paz en nuestras habitaciones. Ha sido un día duro en el que hemos empezado a comprobar la miseria que existe en el país, la suciedad, el caos, lo incordiante que puede resultar la gente para venderte cualquier cosa, la exasperante lentitud del servicio en la hostelería autóctona, lo atento que tienes que estar porque casi todo el mundo te quiere cobrar más allá de lo que sería un precio justo y razonable….Ven al turista, al viajero, como un saco de monedas al que exprimir.

Mañana cambiamos de escenario, nos vamos a Varanasi en el estado de Uttar Pradesh, a conocer el río Ganges, a ver si conseguimos conectar con la espiritualidad que dicen que allí se respira.

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