lunes, 27 de diciembre de 2010

HACIA VARANASI, A ORILLAS DEL GANGES

Lunes, 02 de agosto de 2010

Levantarse temprano en el Paharganj no resulta complicado; amanece muy pronto, el ruido y la actividad en las calles es incesante desde primerísima hora de la mañana y además si el hotel en el que uno se aloja está de obras por reforma la combinación es perfecta. Trasladamos todas nuestras cosas al local de Mowgli; mientras se prepara el desayuno que pedimos (porridge, a base de avena cocida con leche y plátano) gestionamos el transporte para el aeropuerto, dos taxis a razón de 300 INR -5 € cada uno de ellos.

Los atascos en la India son habituales y se forman de manera espontánea. Seguramente tenga influencia la costumbre que tienen de hacer filas de vehículos dónde no hay marcas viales, añadir carriles adicionales a la circulación y copar todo el ancho de la calle hasta casi subirse a bordillos y medianas. Verlo desde el taxi no está mal, se aprecia el comportamiento de los indios dentro de sus vehículos, nadie para a rellenar un parte amistoso de accidente si te dan un pequeño golpe en el coche y te arañan la carrocería. Tardamos 40 minutos en recorrer un par de semáforos y no nos movemos del sitio cuando éstos se ponen en verde. Por un momento nos preocupamos. No llegamos a tiempo, perdemos el avión.

En un visto y no visto el tapón de coches desaparece y en cuanto tomamos la autopista el tráfico es más fluido. Resultan curiosas algunas prácticas llevadas a cabo en el país, como la de detener el coche en el arcén de la autopista y ponerse allí mismo a lavarlo, cubo y jabón en mano. Cuando llegamos a la terminal doméstica del aeropuerto de Delhi ya sabemos cómo funciona el acceso, por lo que tenemos preparados y a mano pasaportes y billetes de avión impresos en papel.

La terminal es muy manejable con unos pocos mostradores destinados a la facturación, casi todos de la compañía AIR INDIA, que es con la que volamos. Obligan a pasar nuestros equipajes por un detector de metales, antes de entregarnos las tarjetas de embarque, etiquetan nuestras bolsas de mano y posteriormente somos objeto del pertinente cacheo en filas separadas para hombres y mujeres, dónde nos sellan la etiqueta que han colocado a nuestras mochilas. En la sala de espera apenas hay 6 puertas para poder acceder a las aeronaves y una sucursal del Mc Donald´s, aquí las hamburguesas sólo son de pollo, de pescado o vegetales.


Con puntualidad británica embarcamos y despegamos en un avión AIRBUS de última generación con sistema de televisión individual para cada pasajero y atendidos por una tripulación ataviada con vestimenta completamente occidental. El vuelo dura algo más de hora y media, tiempo más que suficiente para que nos sirvan una comida, consistente en una pan enrollado relleno de vegetales (especiado ligeramente al estilo indio), queso rebozado y frito y un pastel dulce de pistacho.

Si la humedad de Delhi nos afectó, la de Varanasi acabó de fulminarnos, junto con los más de 30 ºC que marcaban los termómetros. Nos trasladamos a pie unos 50 metros desde el avión hasta el edificio de la terminal que resulta minúsculo. Apenas existen 15 metros de cinta para recoger el equipaje mientras desde una ventanilla un señor vocea ofreciendo servicio de taxi prepago a la ciudad de Varanasi (el aeropuerto está en las afueras a unos 20 km). Mientras algunos se quedan dentro con los equipajes otros salen a intentar negociar transporte a la ciudad. Después de un rato en el que somos víctimas de las redes de la mafia local de taxistas (todos están compinchados) conseguimos un todoterreno para que nos transporte todos juntos. Después de acordar un precio, nos quieren cobrar 40 INR más por el uso del aparcamiento del aeropuerto y mira que habíamos dicho bien clarito que All taxes included. Pagamos al operario para no perder más el tiempo y nos ponemos en marcha.

Mientras recorremos el trayecto que nos lleva a la ciudad observamos que el escenario es distinto al de Delhi, con casas esparcidas entre campos verdes y la presencia de animales domésticos por todos los lados, sobre todo cabras y vacas y algún cerdo. Al entrar en el casco de Varanasi nos damos cuenta que hay pocos coches, muy pocos, casi todo el tráfico lo componen tuk tuk, motocicletas, ciclorickshaws y bicicletas, que se amontonan en las calles y se afanan en esquivar vacas que deambulan erráticas y algún rebaño de búfalos pastoreados hacia el río.

Parece que hemos llegado al destino, la ciudad vieja, o al menos eso creemos porque es lo que habíamos contratado. El conductor nos dice que debido al festival en honor de Shiva, y que se celebra durante el mes de agosto, no puede avanzar más con el coche. Hasta la ciudad vieja nos acompañarán dos niños que harán las veces de guía. Nos colgamos las mochilas a la espalda y empezamos a caminar bajo la asfixiante humedad de Varanasi, por lo que no tardamos en empapar la ropa en sudor. Los niños, de unos 12-13 años de edad y manejando móviles de última generación, tratan de granjearse nuestra simpatía y nos dicen “estudiar para poder ser trabajadores sociales en un futuro y ayudar a la gente pobre”. No hacen más que tratar de sacarnos información y ofrecer sus servicios como guías para conocer la ciudad. Vemos venir la maniobra desde la lejanía, tratamos de declinar sus ofrecimientos amablemente.

Nos han tomado el pelo porque al final tenemos que caminar más de 15 minutos, cargados con las mochilas, hasta acceder a la zona antigua de la ciudad, dónde pretendemos alojarnos y dónde no pueden acceder los vehículos, ya que hay puestos de policías que controlan los principales callejones que dan acceso al área. La ciudad antigua es completamente distinta, con callejones estrechos y empedrados, dónde una muchedumbre camina veloz sin un rumbo fijo, y dónde hay que esquivar continuamente las motocicletas que desafían lo estrecho y concurrido del lugar y hay que sortear enormes vacas con las que te cruzas continuamente.
 

Llegamos a la zona de los ghats (escaleras de piedra que van a morir en la orilla del río Ganges) mientras nuestros jóvenes “amigos” tratan de convencernos para que vayamos a un hotel que conocen. Preferimos intentar encontrar habitación en otros alojamientos más de nuestro agrado, pero resulta imposible. La ciudad vieja es laberíntica, no hay planos que te indiquen con exactitud por dónde te mueves y tampoco funciona el GPS que llevamos. Estamos a merced de los chavales. Mientras algunos esperamos con las pesadas mochilas, Isabel y Javier tratan de encontrar habitaciones libres en el Hotel Alka y en el Ganpati Guest House: imposible, todo está ocupado. Los chavales, hablando en hindi con la gente del hotel, apañan el asunto para que nos dejen opción y no podamos encontrar habitación. Están todos conchabados. Empieza a chispear, estamos en el medio de la calle, es muy tarde, no hemos comido y seguimos sin encontrar alojamiento.

Es imposible ponerse a caminar por las calles de Varanasi en estas condiciones sin saber a dónde ir por lo que nos acogemos al último recurso, ir a ver las habitaciones de nuestros colegas comisionistas para poder alojarnos ese día y salir del paso. Mientras Óscar y yo investigamos, el resto nos espera en el propio ghat. El hotel es una cochambre y nos piden 900 INR por la habitación, tendremos que aguantar durante esta noche. Al volver a reunirnos con los demás empieza a descargar el monzón lo que hace que en dos minutos estemos empapados. Nos reunimos con los demás, que se han resguardado en una especie de patio interior de lo que parece ser una modesta casa de huéspedes para lugareños. Tratamos de agradecer la hospitalidad regalando una manta y unos jabones al hombre que custodia el patio, aunque parece preferir el dinero en metálico, y así nos lo hace saber con el gesto universal frotándose los dedos. Se nos cae el alma a los pies, el personal sólo busca dinero, rupias, da igual que les quieras ofrecer otras cosas de primera necesidad.

Nos alojamos en el Puja Guest House (así se llama el harapiento alojamiento que emplea a chavales como “ganchos” y que trabajan a comisión y que recomendamos evitar por todos los medios), cuya web (http://www.pujaguesthouse.com/) emplea fotos que no se corresponden con las habitaciones en la realidad. Después de secarnos y cambiarnos de ropa decidimos ir a comer algo porque son más de las 4 de la tarde. Exploramos el hotel y hay un restaurante en la azotea, al tratarse de un edifico alto y en primera línea del río las vistas que hay son alucinantes, es lo único que se salva del cochambroso hotel. Al salir del hotel, el que se presenta como el dueño, nos dice que no hagamos caso a los niños que nos han llevado allí, que trabajan a comisión para todos los hoteles, que no tiene ninguna relación directa con ellos y que lo más probable es que intenten vendernos sus servicios de guías turísticos. Vaya, parece que ahora el hombre va de buen samaritano, hasta parece honesto y todo…..hasta que nos dice que tiene una tienda de sedas que es de su familia…y que nos la podría enseñar. Le mandamos a freír puñetas y visto lo visto y lo que se estila en la ciudad decidimos tirar de la guía Lonely Planet para buscar un sitio para comer.


Cuando conseguimos orientarnos con el poco detallado plano de la guía pasamos por delante de una pastelería de tipo alemán, Brown Bread Bakery (http://www.brownbreadbakery.com/, 17 Tripura Bhairavi), que tiene buena pinta así que decidimos entrar. Hay que descalzarse a la entrada y subir a la segunda planta dónde nos acomodamos sobre cojines en el suelo. Pedimos arroces con verduras típicamente indios, hamburguesas vegetales (de espinacas y champiñones) y pizzas de salami, aparte de cerveza. También degustamos postres variados y un lassi de mango. Al asomarnos a la terraza que desemboca en un estrechísimo callejón vemos grupos de monos empleando los cables eléctricos a modo de pasarela por la que caminan en busca de algo que llevarse a la boca. La terraza está protegida por una verja metálica, ahora sabemos porque es así.


En la pastelería hemos estado en la gloria, alejados del estresante bullicio de las calles del casco antiguo y a salvo de molestos vendedores y comisionistas pero queremos dar una vuelta y ver los ghats por lo que salimos a la calle. Es noche cerrada ya y nuestros pasos nos guían hasta el Dasaswamedh Ghat, que es dónde muere la carretera principal que llega a la ciudad antigua. Como nos habían comentado, se celebra el festival de Shiva y a orillas del río una congregación multitudinaria de fieles realizan ofrendas a la vez que cantan y bailan. Observamos todo desde la escalera del Ghat, dónde conocemos a Miguel, un chico español que viaja sólo y que no sabe nada de inglés (le acompaña su diccionario de bolsillo). Nos admira su determinación para viajar por un país como la India en esas condiciones.

Después de caminar un rato entre la concurrida zona de comercios (en la India, todo el mundo tiene una pequeña tienda o comercio) decidimos retornar al hotel. Isabel y Marta aprovechan para subir a la azotea y fotografían el escenario, iluminado por el alumbrado nocturno. Mañana tenemos intención de madrugar y ver el amanecer desde este privilegiado lugar, con esa idea nos acostamos. 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario