lunes, 27 de diciembre de 2010

ELEFANTES, MONOS Y… UNA SESIÓN DE CINE

Lunes, 09 de agosto de 2010

Antes de salir del hotel pagamos la cuenta con tarjeta de débito y gestionamos que nos guarden los equipajes hasta la noche, que es cuando tomaremos un tren que nos lleve a otra ciudad. El dueño del hotel nos dice que hasta las 5 de la tarde no hay problema, podemos dejar nuestras bolsas candadas en un rincón del hall del hotel, pero que después de esa hora no pueden estar ahí, no nos da ninguna razón convincente. Está claro que lo que pretende es alquilarnos una habitación durante todo el día, para que guardemos el equipaje. Al final lo dejamos en el hall, a las 5 lo recogeremos y ya pensaremos que hacer con él.

El camino hacia el fuerte de Amber nos muestra un paisaje distinto a la aridez predominante en el Rajastán, con más vegetación que se va intensificando a medida que los tuk tuk renqueantes parecen no tener fuelle para remontar las empinadas rampas que conducen a lo alto de la loma dónde se elevan las murallas. Un par de paradas después, en sitios clave para poder sacar fotos panorámicas, alcanzamos el recinto.


A estas tempranas horas de la mañana es cuando se puede practicar una actividad que se puede considerar como “turistada” y es subir a lo alto del fuerte desde su base a lomos de un elefante y hacer la entrada triunfal en el patio de armas como lo hacían los antiguos maharajás. Las colas son enormes y el sol empieza a calentar de verdad, y es el momento que vendedores ambulantes (pesados y cansinos como siempre) tratan de aprovechar para vender a los turistas desprevenidos sombreros y turbantes que protejan sus cabezas. Llevamos más de una semana en la India y ya sabemos cómo quitárnoslos del medio de manera rápida; ofrecer precios irrisorios a cambio de sus productos para que se convenzan de que no queremos lo que venden a no ser que casi “nos lo regalen”.


En el templete que permite encaramarse a lomo de los paquidermos un hombre que parece ser el “capo” del negocio organiza el tráfico de los mamíferos a la vez que cobra los servicios, 900 INR – 15 € por elefante, en el que montan dos personas. El tipo nos la quiere liar, se hace el remolón a la hora de darnos las vueltas, pero hasta que no las suelta no montamos en los animales asignados (una vez que echen a andar bájate a ver si eres capaz y recupera el dinero).


El recorrido dura apenas 10 minutos en el que los animales ascienden por una superficie empedrada hasta llegar al patio de armas de la fortaleza, lo hacen en fila india y se cruzan con otra fila de ellos que vuelve de vacío a recoger más “pasajeros”. Esta atracción sólo se puede realizar a primera hora del día antes de que el calor intenso haga sufrir en exceso a los animales. Montar en elefante nos muestra la sensación de poder que se siente a lomos de estos enormes animales, a más de tres metros del suelo y aunque se viaja en un asiento más o menos cómodo los bamboleos y movimientos oscilantes del caminar de los paquidermos convierten el viaje en una coctelera. En el trayecto, improvisados fotógrafos nos sacan instantáneas que seguramente luego nos querrán vender.


Llegados a la plataforma de desembarco algunos empleados que dirigen los elefantes tratan de que les des propina, algo que está prohibido y así lo hacen saber distintos carteles. Alguno de nosotros llega a la meta con los efectos visibles del líquido proyectado por la trompa de las enormes moles en un intento de refrescarse a sí mismos.


Desde el patio de armas y habiendo comprado las entradas para el fuerte se puede acceder al recinto que esconde tras de sí lugares interesantes; la sala de los espejos, los patios interiores (el sistema de ventilación a través de ventanas con difusores de agua pulverizada era de lo más ingenioso) y un mirador sobre las fortaleza que permite contemplar una panorámica de las montañas recorridas por murallas semiocultas entre la vegetación. Más abajo el desfile de los paquidermos continúa y seguimos con la vista su andar cansino.


Mientras descendemos de la fortaleza en busca de nuestros tuk tuk los fotógrafos tratan de vendernos las imágenes capturadas y se descuelgan con precios exagerados. No hay nada como aguantar hasta el final, cuando ya montado en el transporte, les ofreces un precio justo y no tienen más remedio que aceptar aunque sea para cubrir costes, porque una vez que el turista se ha marchado las fotografías no valen ni en papel dónde se imprimen.

En el camino de bajada hacia Jaipur nos detiene la policía (al tuk tuk dónde viajamos Isabel y yo), parece ser un control rutinario de documentación. Solventado el contratiempo nos reencontramos con el resto frente al Jal Mahal (palacio del agua) que evoca al original y de mayor tamaño que existe en Udaipur, por fortuna estamos en la temporada del monzón y el lago rebosa agua. Un niño de 5-6 años se acerca a nuestro grupo y nos muestra sus trucos de magia con varias monedas (el crío lo hace bien) por lo que le damos algunas rupias para que pueda pasar el día.


El portavoz de los conductores nos dice que si queremos ver una tienda de sedas camino a la ciudad a lo que contestamos que no queremos comprar nada, que ya lo hicimos en Varanasi. Nos insiste y nos lo pide por favor, aunque no adquiramos ningún producto, sólo por el hecho de ir a ellos les dan 20 INR – 0,33 € por cabeza, como tarifa fija. Por hacerles el favor nos detenemos en la tienda, dónde primero pasamos por el taller de estampado y de tejido y luego a la zona de exposición y venta. Tal y como dijimos no queremos comprar nada, así que despachamos rápido el asunto mientras Nacho, que no había estado en Varanasi, compra algunas prendas.


A la salida vemos como nuestros conductores comen dentro de la fábrica de telas, debe ser un pago extra hacia ellos por habernos traído hasta aquí. Reiniciamos marcha hacia Galta, esta idea no era la original, pero nos dicen que mejor pasar por allí primero porque nos coge de camino a la ciudad, dónde nos llevarán luego.

A medida que nos acercamos al enclave nos sumergimos en barrios marginales dónde las construcciones a modo de chabolas abundan y la pobreza extrema se palpa en el ambiente. Para llegar al templo de los monos es necesario escalar una loma escarpada y en el camino es posible encontrarse a los primeros animales. Tenemos que tener cuidado con cámaras, bolsas y gorros o en algún despiste puede que nos los arrebaten. Llegamos a lo alto del sitio y tomando una bifurcación que creemos la correcta entramos en el que pensamos que es el templo de los monos, pero resulta ser el conocido como templo de la luna desde dónde se obtiene una panorámica de Jaipur, que muestra su extensión y su zona moderna con rectilíneas avenidas.


Volviendo al camino anterior hayamos la senda descendente que nos permite divisar en el fondo del cañón la construcción del templo, encajonada entre las paredes verticales de roca. En el camino nos cruzamos con multitud de turistas y fieles que retornan del templo. En la entrada hacemos caso omiso al cartel que indica que es necesario sacar ticket para usar cámaras y videocámaras, porque no vemos el puesto de venta de boletos. Los monos, omnipresentes en todas las construcciones del templo, son alimentados por los cuidadores del mismo y habitan a su antojo ocupando cuantas estancias quieren, haciendo gala de su capacidad para trepar por cualquier sitio. Cientos de indios deben celebrar algún ritual sagrado porque se bañan en piscinas o estanques construidos y que aprovechan en agua procedente de la montaña; hombres y mujeres por separado.


Al llegar al final de la superficie del recinto uno de los guardianes se dirige a nosotros, y bolígrafo en mano nos extiende los tickets para el uso de las cámaras y video cámaras. No hemos podido escapar de este peaje, tampoco nos da tiempo a avisar a Isabel, que camina más allá para que guarde la suya, el vigilante se percata y también ha de abonar.

Deshacemos el camino (lo que se convierte en una odisea por el calor y la pendiente de las rampas) y una vez en los tuk tuk nos dirigimos hacia Jaipur. La próxima parada nos muestra la esplendorosa fachada del Hawa Mahal o palacio de los vientos, símbolo de la ciudad. Está compuesta por cientos de ventanas que permitían la circulación de aire y mantener el frescor en el interior a la vez que las doncellas podían ver el exterior sin ser detectadas. El color rosa, como en el resto de la ciudad vieja, predomina en este bello edificio.


Queremos comer, pero no dónde nos quieran llevar para obtener una comisión, así que damos indicaciones oportunas para que nos trasladen a un restaurante de la Lonely. Se trata del Peacock Rooftop Restaurant, situado sobre la azotea del Hotel Pearl Palace (http://www.hotelpearlpalace.com/), con vistas del fuerte Hathroi y próximo a nuestro hotel. El lugar está bien decorado, no hace mucho calor bajo los toldos pero tiene los inconvenientes de la forma de llevar este tipo de negocios en la India; manteles sucios dónde las moscas se posan por docenas (pedimos que nos lo cambien) y un servicio exasperadamente lento.


Después de comer nos vamos hacia el hotel, dónde los conductores dan por finalizados sus servicios, y antes incluso de pagarles reclaman una propina por su buena predisposición. A mí personalmente me pone de mal humor que te la exijan, antes de pagar, sin darte ni siquiera opción a que la entregues voluntariamente. Al final se la damos, no sin una previa discusión con ellos; ellos siempre piden, piden y piden…


Cogemos nuestros equipajes y nos dirigimos camino de la estación, nos transportamos en tuk tuk (diferentes a los anteriores) y ya en la estación buscamos la consigna para dejar los bultos en custodia a razón de 10 INR – 0.16 € cada uno. Sin el lastre que suponen nos movemos con rapidez y en otro corto trayecto en tuk tuk llegamos al Raj Mandir Cinema, el cine en hindi número uno en la india, todo un icono de Jaipur. No discutimos por elegir película que ver, sólo hay una en cartelera, y la sesión comienza en 20 minutos, estamos de suerte. Sacamos las entradas Diamante, que nos ubican en un palco elevado tipo teatro; la otra opción son las Esmeralda que te posicionan en la zona baja. Total, por 150 INR – 2,50 € optamos por las primeras.

El interior del vestíbulo es enorme, con techos altísimos, que da la razón a la Lonely y a la descripción que hace de él: “un edificio que parece un pastel de nata, con una sala en forma de merengue que parece a punto de dispararse hacia el espacio exterior o ser zampada por un ogro goloso”. La película es una típica producción musical de Bollywood, algo que adoran los indios, con una duración de tres horas y un intermedio para que la gente pueda salir al bar (palomitas y refrescos a precios ridículos para lo que se estila en España). El argumento no es muy complejo de seguir (a pesar de que hablan en indio y no hay subtítulos) y nos lo pasamos genial con los bailes típicos que van salpicando la cinta. Eso sí, el aire acondicionado a tope y un frío considerable, menos mal que los chubasqueros y los forros polares no nos abandonan.


A la salida, con la noche llenando el cielo de Jaipur, observamos un centro comercial justo enfrente del cine. Un rápido vistazo a la Lonely y decidimos cenar en un restaurante, que se ve desde la calle, se trata del Reds (Mall-21 - 5ª planta, Bhagwandas Marg) al que se llega gracias a un ascensor de cristal. El sitio ofrece vistas magníficas, está decorado de manera moderna, hay música ambiente y la comida es abundante y buena. Incluso podemos comer brochetas de cordero y probar otra cerveza típica del país, la Golden Peacock. A través de las cristaleras se puede observar como cocinan la comida y el servicio es diligente, lo que aprovechamos para que se encarguen de telefonear a la estación de trenes y saber si nuestro el nuestro llega en hora.


Con tiempo holgado dejamos el restaurante y buscamos tuk tuk en la calle, a estas horas casi desierta, que nos llevan hasta la estación de manera fugaz ya que el tráfico a estas horas es escaso y las avenidas que componen el camino son muy anchas. Después de recuperar nuestros equipajes de la consigna, buscamos el andén que nos corresponde y nos posicionamos en él. Nos dirigimos hacia Jaisalmer (en pleno desierto del Thar), por delante 12 horas y media de trayecto. Para esta ocasión viajaremos en 1AC (compartimentos privados que se cierran con puerta para 4 pasajeros) y otro grupo en 2AC (igual que el anterior pero separado del pasillo con cortinillas). Las plazas de 1AC las sacan con cuentagotas y no pudimos conseguir para todos.


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