lunes, 27 de diciembre de 2010

EL ESPLENDOR DEL TAJ MAHAL

Sábado, 07 de agosto de 2010

Dos horas y media de sueño después, a las 05.00 en punto de la mañana, los diligentes empleados del hotel nos avisan de que es la hora fijada para levantarnos. Una ducha rápida de agua fría, que se agradece para alejar la somnolencia de nuestras cabezas. Y al preparar las cosas para marcharnos, Isabel se da cuenta de que se dejó el lector de tarjetas y la propia tarjeta de memoria de la cámara pinchada en el puerto USB del ordenador del Hotel Alka en Varanasi. Por un momento nos quedamos helados, con la imagen en la retina del objeto olvidado, tal vez imposible de recuperar.

Dejamos los equipajes en la consigna del hotel y a las 05.30 llegan los cuatro tuk tuk que el día anterior nos trajeron al hotel. Isabel, vía móvil trata de contactar con el Hotel Alka, pero el tipo que hay en la recepción a estas horas no sabe nada, hasta que no venga el empleado de la sala de internet no hay nada que hacer. Las oficinas de venta de tickets para acceder al Taj Mahal se encuentran en la zona sur a más de kilómetro medio de la entrada al recinto del monumento. El precio para los turistas es desorbitado, 750 INR – 15 €, cuando los indios pagan unas 25 veces menos. Existen taquillas con llave y vigiladas dónde guardamos las mochilas ya que está prohibido el acceso al recinto con ellas. Junto con la entrada entregan un folleto y una botellita de agua, todo un detalle. Sobre todo porque tenemos que tirar las botellas, sucias, llenas de tierra y algunas desprecintadas, como si hubiesen sido rellenadas con agua de dudosa procedencia, así que mejor no nos arriesgamos.

Desde las oficina de venta de entradas hay un autobús gratuito (ya lo hemos pagado bien con las entradas) que lleva a los visitantes a la puerta este del complejo. Al abordarlo nos topamos con un vendedor que ofrece tarjetas de memoria para la cámara, de 2 Gb. Con las premura de la inminente salida del autobús, en un regateo duro y atropellado, logramos comprarla por 400 INR – 6,66 €, un precio europeo, seguro que el tipo hizo negocio con nosotros, pero no el que esperaba porque nos la que quería colocar de inicio por 2000 INR (unos 33 €). A toda prisa regreso a las taquillas y recojo la cámara de Isabel, parece que finalmente se le podrá dar uso y tendrá el privilegio de fotografiar el Taj Mahal.

A la entrada del recinto empieza a aglomerarse el personal en filas que atraviesan los cacheos y controles de seguridad. Óscar vuelve a ser mirado con lupa por la enorme batería que sobresale de su videocámara. Son los inconvenientes de tener una mayor autonomía. Se accede a un corredor al aire libre que converge en un patio central desde el que se aprecia el portalón de acceso a los jardines y al mausoleo. En este lugar compramos el ticket que nos permitirá filmar con la videocámara, hecho que sólo se permite desde la plataforma del mismo, sin bajar al nivel de jardines y fuentes, debiendo depositar la cámara de nuevo en custodia de los empleados del lugar.


Para ser tan temprano, poco más de las 6 de la mañana, hay muchos turistas tratando de inmortalizar la tumba más famosa del mundo con sus cámaras fotográficas. Ante nosotros un enorme jardín repleto de fuentes en las que se refleja la majestuosidad de la mole de mármol blanco que emerge en el otro extremo. A medida que nos acercamos observamos el edificio desde todos los ángulos posibles y tratamos de plasmarlo en fotografías.


Al llegar a la plataforma sobre la que se eleva el mausoleo tenemos que cubrir nuestros zapatos con una especie de patucos de tela que nos habían entregado al comprar los tickets para poder transitar por la zona. Debajo del monumento se aprecia su inmensidad y el refulgir del mármol blanco con los rayos de sol mañaneros. Después de observar el paisaje que adorna su parte trasera, el río Yamuna y su otra orilla nos sentamos a observar el edificio con detenimiento.


El sol a medida que se eleva en el cielo consigue que los recovecos y pliegues del edificio proyecten sombras de distintas formas sobre la pétrea mole a medida que los tonos del mármol van aclarándose por el efecto de la luz, desde el ocre inicial al blanco nuclear. El Taj Mahal se erigió en honor de Mumtaz Mahal, mujer de Shah Jahan. Al morir la primera, su esposo apesadumbrado ordenó construir como símbolo de su amor eterno a la mujer desaparecida este enorme mausoleo dónde posteriormente fue enterrada. Por amor, y con dinero, claro……..lo comentamos mientras observamos esta maravilla del mundo moderno. Sin dinero no habría sido posible. Aprovechamos para recorrer alguno de los edificios secundarios, edificados en arenisca roja, que también fueron concebidos como mausoleos.


Subimos una escalinata y llega el momento de acceder a su interior dónde nos deleitamos con las filigranas de piedras semipreciosas incrustadas en el mármol y los trabajos tallados sobre él. Y nos llevamos un recuerdo: la tumba de la mujer, justo en el centro de la sala, está rodeada por una barandilla de madera blanca para evitar que la gente se acerque. Nos apoyamos, sin saber que ha sido recién pintada y cuando nos apartamos llevamos los brazos embadurnados de pintura blanca. Estos indios son un desastre, no cuesta tanto poner un cartelito que avise de la circunstancia. El interior del mausoleo aparece algo descuidado con suciedad en las cristaleras y al atravesarlo salimos a la parte trasera, con una enorme superficie abalconada con vistas al río Yamuna. A estas horas (deben ser las 9 de la mañana) hordas de turistas invaden el lugar, por lo que decidimos iniciar la retirada.


Al salir por la puerta Este no conseguimos ver a los conductores que tenemos contratados, los buscamos más allá del puesto policial que restringe el acceso de vehículos motorizados, pero no hay manera, ni rastro. Esperamos un rato más, quitándonos de encima a los más que cansinos vendedores, que se obcecan con molestar a los turistas ofreciendo souvenirs del Taj Mahal, pero en vista de que no aparecen decidimos volver a recoger nuestras cosas a las taquillas, para lo que tomamos un vehículo oficial de transporte (incluido en el precio de la entrada).

Recuperadas las mochilas ahora toca buscarse transporte, a ser posible para todo el día. Después de intentarlo con varios tuk tuk, furgonetas y demás, lo conseguimos cerrar con dos coches dotados de aire acondicionado, cerrando un precio para que nos acompañen durante toda la jornada. Nos toca esperar un rato; el intermediario dice que ya tiene los coches, que vienen de camino, pero en la India el “ya vienen” significa, “esperad 20 minutos”.

Lo primero que hacemos es ir a desayunar y escogemos un sitio que la guía recomienda por sus inigualables vistas del Taj, el Shanti Lodge Restaurant. La azotea merece los elogios del libro pero nos demuestra claramente que en Agra, alrededor del Taj sólo hay un barrio, llamado Taj Ganj, completamente deprimido con edificaciones semiruinosas. Al volver a la calle en busca de nuestro taxi, nos cruzamos con uno de los conductores de tuk tuk que no se había presentado a su cita con nosotros a la salida del Taj Mahal. Habla con Nacho y le dice que no estábamos, el problema fue suyo que no fueron puntuales según lo acordado. Nos habían perdido como clientes para el resto del día.


El resto del día lo aprovechamos para recorrer un itinerario por el resto de puntos de interés de Agra. Nuestra siguiente parada son los jardines de Mehtab Bagh, que ofrecen dos cosas imprescindibles: la vista posterior del Taj con el río Yamuna de por medio, y un espacio verde, alejado de las aglomeraciones y la suciedad de la ciudad desde el que contemplar con tranquilidad la imponente edificación. Por esa razón pagamos con gusto las 100 INR – 1,66 € que nos cuesta por persona el acceso a los maravillosamente cuidados jardines, que se erigen en el lugar que según cuenta la historia estaba destinado para que Shah Jahan levántase la imagen especular del Taj Mahal, esta vez en mármol negro en la orilla opuesta del Yamuna. Un grupo de jóvenes indios quieren fotografiarse con nosotros, por el aspecto pertenecen a una clase acomodada, su forma de vestir y los móviles de última generación que portan así lo indican. También nos fotografiamos con los hijos de los jardineros que cuidan el recinto, mucho más humildes que los anteriores.

Abandonamos este reducto de paz para chocar de bruces con la realidad de la ciudad de Agra, donde incluso el color plomizo que está tomando el cielo parece querer indicarnos que la parte más impactante de la ciudad ya la hemos visto. Atravesamos zonas habitadas en las que apreciamos el día a día de la vida de los nativos, y comprobamos que está en el extremo opuesto al glamour del Taj Mahal. Resulta muy curioso ver lavanderías “callejeras” con cientos de prendas de ropa (incluyendo sábanas y ropa de cama) tendidas sobre zonas verdes para que se sequen; así nos lo explica el conductor del taxi.


La siguiente parada nos lleva al Mausoléo de Itimad-Ud-Daulah, conocido como el “pequeño Taj” por considerarlo un boceto de este último. El edificio es bonito y sobre todo las apacibles vistas del Yamuna que se pueden divisar desde su parte posterior. La única nota de ajetreo la ponen los cuidadores del recinto que se afanan por espantar a los monos que merodean por la zona, antes de que puedan molestar a los visitantes.


Volvemos a atravesar las sucias calles de Agra para llegar al fuerte Rojo. El edificio nos parece mucho más impresionante que el que lleva el mismo nombre en la capital del país. Las edificaciones y murallas de arenisca roja son visibles desde la lejanía y contrastan con otras construcciones que se erigen en el interior del recinto amurallado en mármol blanco. El acceso al fuerte está plagado de mendigos y gente lisiada, hecho que nos muestra con toda realidad la crudeza del lugar y de la ciudad, que de no ser por el atrayente Taj Mahal, viviría sumida en el mayor de los olvidos. El interior del fuerte está constituido por una vastísima extensión y permite desde uno de sus miradores divisar en lontananza el siempre presenta mausoleo del Taj. Recorremos con calma los distintos espacios del fuerte, propio de un cuento de las mil y una noches.


Es hora de comer y damos indicaciones a los taxistas para que nos lleven a un Mc Donald´s al que habíamos echado el ojo a primera hora de la mañana. Antes de llegar nos topamos con una agradable sorpresa, por la carretera como si de un vehículo más se tratara, camina el primer elefante que vemos durante nuestra estancia en el país, cargado de ramas y obstruyendo el tráfico debido a su pesado avance.

El restaurante de la conocida franquicia se halla ubicado en la planta baja de un centro comercial con vigilantes de seguridad en la puerta. Aquí aprendemos más cosas sobre las costumbres indias: la primera es que la gente no espera su turno en la fila para realizar los pedidos, más bien no hay fila. Según llegas te colocas en el mostrador y si te descuidas se te cuelan. Menos mal que estamos avispados y no lo permitimos. Otra lección importante que aprendemos es que las hamburguesas están especiadas al estilo indio. Pedimos varios menús Mc Maharaja, por su apariencia grande y jugosa, pero tienen un ligero regusto a picante, así que algunos optan por la hamburguesa de pollo tradicional con un sabor algo más occidental, y el resto toman ración doble de menú al estilo indio. Y para rematar helados, por suerte estos no pican ni tienen especias.

Montados en los coches pedimos que nos lleven al hotel a recoger nuestros equipajes y llegado este punto nos separamos. Una parte del grupo se dirige a la estación mientras el resto localizamos un cajero automático y hacemos unas gestiones telefónicas. Isabel consigue contactar con el hotel de Varanasi, y le confirman que su lector de tarjetas estaba en la sala de ordenadores. Intenta que le pasen con algún español que se aloje allí actualmente y lo consigue. Habla con una chica española (Laura) que le confirma que el aparato lo tienen en el hotel y que ella se encarga de recogerlo y entregárnoslo en España, ya que ella reside en Madrid. A pesar de todo, en la India, como en todos los lugares del planeta, hay gente honrada y honesta, y así nos lo han demostrado los empleados y dueños del Hotel Alka de Varanasi.

Nos dirigimos hacia la estación de tren de Agra Fort (una de las dos que existen en la ciudad). Esta recibe el nombre por su proximidad a las murallas de color rojizo del fuerte. Al reagruparnos damos las buenas noticias sobre el lector de tarjetas al resto de compañeros. Nuestro tren tiene las 19.35 como hora de salida y la duración del trayecto será de 4 horas y media hasta llegar a Jaipur, capital del estado de Rajastán. El vestíbulo de la estación y las zonas aledañas son decadentes y muestran con la máxima precisión cómo funcionan las estaciones de tren en la India.


Aprovechamos para charlar con algunos viajeros españoles se dirigen a diferentes destinos. En esta ocasión viajaremos todos en clase 2AC (4 literas por compartimento, con aire acondicionado). Matamos el tiempo de espera deambulando por los andenes y somos testigos directos de la inmundicia y la sordidez del lugar. La gente come directamente alimentos líquidos o sólidos de bolsas de plástico que posteriormente arrojan a la entrevía (nosotros debemos ser los únicos que damos uso a las papeleras). No se emplean habitualmente los pasos elevados para cambiar de andén, la gente cruza las vías, cuando resulta peligroso porque cada pocos minutos composiciones de vagones entran y salen de la estación. Hasta tullidos y lisiados con sus muletas, se atreven a realizar tal temeridad.

Y claro como no podía ser de otra forma empezamos a detectar a docenas de enormes ratas saliendo del bajo andén en busca de los desperdicios y restos de alimentos arrojados por la muchedumbre. Un espectáculo dantesco, ver como semejantes animales, ni siquiera se molestan en correr cuando alguien, en acción temeraria, atraviesa las vías a muy corta distancia.


Y para colmo, anuncian que nuestro tren trae retraso. Nos mezclamos con el gentío y nos detenemos a comprar víveres en los alrededores de la estación, parece que nos tocará cenar sobre la marcha, así que nos hacemos con galletas, patatas fritas, plátanos y bebidas carbonatadas. Tratamos de matar el tiempo en una especie de cantina que hay en el andén pero después de agotar las bebidas que pedimos nos piden que nos vayamos, que el lugar está habilitado para servir comidas. Charlamos con un par de viajeros que se dirigen a Varanasi y que están haciendo turismo solidario por el país. Nos hacemos hueco en una sala de espera, atestada de viajeros indios, y buscamos la corriente de aire de los ventiladores porque la humedad es insoportable, podemos ver como festejan algo, porque improvisan una celebración con comida y bebida en la propia sala.


Anuncian la llegada de nuestro tren, tenemos que cambiar de andén por lo que abandonamos la sala de espera mientras un enorme rabo de rata asoma por el quicio de la puerta dónde hace un rato estaba sentada Marta, menos mal que no lo ha visto o de lo contrario le habría dado un infarto.

Con tres horas de retraso sobre el horario previsto parte nuestro tren. Conseguimos dormir durante 4 horas en las cómodas literas sumiéndonos en tan profundo sueño que no nos pasamos nuestra parada de milagro, y a las 03.00 de la madrugada llegamos a la estación de Jaipur Junction, donde multitud de viajeros duermen sobre el sucio y duro suelo. Dos días antes habíamos confirmado reserva en el hotel Umaid Mahal (http://www.umaidmahal.com/) y deberían estar allí esperándonos, pero no vemos a nadie. Después de patear la estación conseguimos llamar desde un locutorio fuera de la misma y en diez minutos se presentan a recogernos en un todoterreno, momento en el cual las decenas de taxistas que nos acosaban nos dejan en paz. El hotel, a cinco minutos en coche de la estación, tiene tan buena pinta como en su web, creo que hemos acertado de pleno. Nos registramos y mañana, sin necesidad de madrugar podremos disfrutar de él. Son más de las 03.30 de la mañana cuando nos vamos a dormir.


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