lunes, 27 de diciembre de 2010

CONOCIENDO LA CIUDAD VIEJA: CREMACIONES EN LOS GHATS

Martes, 03 de agosto de 2010

A las 05.00 de la mañana empieza a despuntar la claridad en el horizonte. Demasiado temprano para levantarse, sólo Óscar sube a la azotea y filma con la videocámara la salida del sol, mientras que el resto perezosos y cansados, seguimos en la cama. A las 08.00 nos reunimos y salimos del hotel como el que se va a dar una vuelta pero nuestro objetivo es bien distinto, tratamos de encontrar otro alojamiento más confortable para los próximos días.

Las calles de la ciudad vieja se convierten a primera hora en un estercolero, y no es una metáfora, es algo real, palpable y que se puede oler. La gente saca la basura a la calle, o más bien, la arroja directamente en el suelo de los callejones estrechos, a pocos metros de las puertas de sus casas. El hedor a descomposición de los restos orgánicos encuentra en los recovecos de las estrechas calles, sin corrientes de aire natural que los ventilen, el lugar perfecto para crear una atmósfera fétida y repulsiva dónde alguno de nosotros tiene que echar mano de pañuelos perfumados y de esta forma impedir que las náuseas se consagre en vómito. Podemos ver como hay trabajadores, aparentemente municipales, que con arrastran una carretilla y ayudados por un rastrillo y una pala limpian el empedrado de las calles de basura y excremento de animales (cabras, vacas, perros…).
 

Por suerte a unos minutos andando llegamos al Meer Ghat, dónde se ubican los dos hoteles dónde el día anterior no tuvimos suerte. Probamos fortuna en el Ganpati Guest House, pero sólo se les queda una habitación libre. En el Alka tenemos más fortuna, se liberan tres habitaciones con aire acondicionado. Ni nos lo pensamos, decidimos quedárnoslas. Mira por dónde aparecen nuestros “amigos”, los chavales comisionistas. Comienzan a hablar en hindi con la gente de la recepción del hotel y a intentar convencernos para que no cojamos las habitaciones, incluso arrancan a llorar en una dramatización perfecta para intentar darnos lástima. No hay nada que hacer, retornamos al Puja Guest House, cogemos nuestros equipajes que previamente habíamos dejado preparados, pagamos la cuenta y nos mudamos a nuestro nuevo alojamiento.

El hotel Alka (http://hotelalka.tripod.com/) tiene una terraza amplísima que sirve como comedor y es a la vez enorme mirador y atalaya para observar el río Ganges bañando los ghats en ambas direcciones. Una vez acomodados queremos ir a desayunar, elegimos una pastelería-panadería recomendada por la guía que se encuentra fuera de la ciudad vieja. Aprovechamos para dar un paseo por los callejones atestados de mendigos y shadus (personas que viven en la sociedad pero de forma espiritual y alejadas de los placeres mundanos), y que son un hervidero humano a estas horas. Llegamos a la carretera principal y empezamos a ser asaltados por conductores de ciclorickshaws y tuk tuk que nos ofrecen sus servicios, los tipos son unos cansinos, da igual que digas que no, te siguen insistiendo y caminando a tu lado. Después de dar una vuelta por el mercado y observar los puestos de frutas y verduras y asomarnos a las escaleras del ghat, decidimos probar la experiencia de montar en un ciclorickshaw. Contratamos tres para siete personas, y en uno de ellos viajamos Alberto, Isabel y yo.


El viejo conductor, seguro de si mismo, dice que él puede cargar con los tres. Es un espectáculo ver al hombre a golpe de riñón y cargando el poco peso de su escuálido cuerpo en cada pedalada para poder imprimir energía a la bicicleta. Lo bueno que tiene este medio de transporte, muy empleado por los locales, es que se mueve despacio y te permite contemplar la vida de la ciudad desde una posición privilegiada, mientras pasa frenética ante nuestros ojos.



La pastelería, Bread of Life Bakery (322 Shivala Road), es un sitio agradable con amplios ventanales desde los que se observa el bullicio exterior. La carta es amplia y optamos por una variedad acorde con los gustos de cada uno: huevos fritos con salsa holandesa, muffins de chocolate, chai, tostadas con mermelada… Entablamos conversación con dos chicas valencianas que nos recomiendan un pequeño restaurante (publicado en la Lonely) en un área cercana. Al salir entramos en un pequeño local con las siglas PCO (Public Call Office) en la puerta, claro distintivo de que hay un teléfono desde el que se pueden hacer llamas tarificadas a cualquier parte del mundo; esto es habitual en este país y muchos negocios cuenta con un teléfono de este tipo.

El cubículo dónde se ubica el local es minúsculo, apenas hay espacio para una nevera para bebidas, una mesa con 2 sillas y en uno de los rincones un hombre sentado pela patatas y cebollas mientras otro amablemente nos invita a hacer uso del teléfono mientras él cocina, nos da un papel y nos dice que vayamos apuntando los segundos de cada llamada. Aprovechamos para llamar a nuestras familias y también a Nacho para comentarle que ya tenemos resuelta su recogida en Delhi dentro de unos días y también un transporte que le llevará de tour por la ciudad. Pagamos al amable señor, y cómo no ha sido pesado con nosotros y parece un tipo honesto también le compramos varias botellas de agua.

Llega la hora de tomar un tuk tuk, el primero que negociamos en la India; al ser muchos nos repartimos viajando en dos grupos. Acordar los precios puede resultar agobiante, y al principio nos lleva tiempo cerrarlos, nos falta práctica por lo que será cuestión de acostumbrarse. Viajar en este medio de transporte es toda una experiencia, recomendable para todo el que quiere liberar adrenalina. Su pequeño radio de giro y su manejabilidad los convierten en los reyes del asfalto y pasado el susto inicial gozamos como los niños mientras el conductor sortea otros vehículos y animales en una vertiginosa carrera hacia el destino.


Nos apeamos cerca de la entrada a los callejones de la ciudad vieja dónde patrullas de policías custodian mediante barreras de madera los accesos al área a la vez que dormitan o juegan a las cartas en los puestos de guardia. Podemos ver cientos de fieles y peregrinos que recorren camino hacia los templos de adoración de Shiva (al parecer existen en todas las partes del país) con sus túnicas naranjas, su palo al hombro portando ofrendas y su pegadizo cántico que resuena cuando pasan por la calle. Intentamos entrar en los templos para visitarlos, desde el respeto a los fieles, pero la policía que custodia las entradas nos lo impide, además existen arcos de detección y controles en todos ellos, por lo que nos tenemos que contentar con ver su exterior.

La ciudad vieja es un lugar que asombra a cada paso. Puedes ver como artesanos amasan quesos en el interior de enormes vasijas mientras que a pocos metros hombres de toda condición hacen uso de pestilentes urinarios públicos alojados en los callejones y dónde los restos biológicos directamente son vertidos a la propia calle. Un poco más allá otro hombre fríe samosas (empanadillas rellenas de vegetales) en un enorme cuenco lleno de humeante aceite, entremezclándose el olor a comida con los efluvios de los desperdicios, de las basuras y de los excrementos de animales.


Estamos paseando por los callejones y curioseando entre los cientos de tiendas que los pueblan cuando vemos pasar lo que parece un cortejo fúnebre portando un cadáver envuelto en sábanas sobre lo que parecen unas parihuelas a hombros de varias personas. Se trata de los doms, casta de intocables, encargados de llevar a cabo este ritual. Nos ponemos a la cola de la comitiva y la seguimos en el laberinto de calles hasta llegar al ghat de Manimarnika, principal centro de cremaciones a orillas del río Ganges. Se divisan las columnas de humo ascendiendo hacia el plomizo cielo entre el ir y venir de gente que acarrea leña apilada en enormes montones. El ritual de la cremación es muy importante en la cultura india, dato que conocemos y tratamos de respetar al máximo.
 

Varios hombres con mal aspecto intentan convencernos para que les sigamos hasta una balconada próxima desde dónde se puede observar con detalle el acto de las cremaciones mientras que nos exigen respeto para los difuntos y sus familias, insisten con pesadez en que les acompañemos mientras percibimos con claridad el olor a barbacoa y las pavesas y cenizas empiezan a caer sobre nuestras ropas. Declinamos tan deshonesta proposición, es vergonzoso como la gente quiere hacer un negocio de la muerte y se quieren lucrar de un momento tan íntimo para las familias. Nos damos media vuelta y abandonamos el ghat calle arriba, dejando el río a nuestras espaldas mientras comentamos entre nosotros tan deplorable comportamiento humano.

Es la hora de comer cuando llegamos a la animada terraza del hotel. Pedimos algo para beber mientras ordenamos la comida, probaremos alguna cosa típica del país, hoy tocan patatas trituradas con ajo, perejil y queso. Disfrutamos del ambiente tranquilo que se respira entre los huéspedes mientras de fondo las aguas del Ganges arrastran río abajo contaminación y cenizas de cuerpos cremados. La tarde la dedicamos a descansar en las habitaciones y a gestionar algunos asuntos pendientes en la sala de internet del hotel, mientras que las chicas se inclinan por tatuarse motivos indios en alguna de sus extremidades con la famosa henna.


Cuando la luz del sol empieza a desaparecer tomamos posiciones de nuevo en la terraza y entablamos conversación con uno de los relaciones públicas que hay en el hotel y que se encarga del servicio de mesas. Le preguntamos por los precios habituales para los paseos en barca por el río al amanecer. Nos consigue un barquero con el que negociamos (sin intermediarios) el precio para un paseo de una hora al día siguiente, en total pagaremos 600 INR – 10 € por los siete pasajeros que iremos en el bote. Acordamos la hora, a las 05.00 de la mañana el barquero nos estará esperando en la puerta del hotel.


Un aguacero propio del monzón nos obliga a buscar cobijo en la zona cubierta de la terraza dónde pedimos algo para cenar. Se une a nosotros Miguel, el chico español que conocimos el día anterior y que a la mañana siguiente abandona Varanasi para seguir su viaje por la India. Se aloja en el hotel Ganpati, contiguo al nuestro y se ha acercado a cenar porque la comida es mejor en el Alka. Nos narra cómo él sí que presenció un oficio de cremación a pocos metros de los familiares del difunto, permiten acercarse a los turistas, siempre que no sean grupos muy numerosos y se guarde el máximo respeto a la familia. Nos despedimos de él y le deseamos suerte en el resto de su aventura, aunque es temprano nos acostamos, el madrugón que nos espera es considerable.


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