lunes, 27 de diciembre de 2010

UN DÍA DE RELAX: TEMPLOS Y COMPRAS

Jueves, 12 de agosto de 2010

Amanece en el desierto y la claridad del día que despunta nos despierta. Los camelleros han encendido una hoguera cerca del grupo de dromedarios, atados entre sí para evitar que se dispersen; la intención es que el humo que genera espante y ahuyente los mosquitos e insectos que habitan en el pelaje de los animales.


En pocos minutos nos sirven el desayuno compuesto por chai, tostadas y fruta y lo tomamos en la propia duna comentando la vivencia y cómo ha transcurrido la noche para todos nosotros. El safari contratado con el hotel incluía un trayecto en camello para la mañana de hoy hasta llegar a la zona de recogida para el traslado en jeep a la ciudad. El día anterior quedamos más que hartos de montar sobre tan peculiar animal así que solicitamos que nos devuelvan al hotel de manera directa, sin tener que volver a lomos de nuestras monturas.

A medida que nos acercamos a Jaisalmer constatamos el esplendor de la ciudad, sobre una escarpada loma domina todo el desierto que se extiende a su alrededor, como emergida de un cuento de hadas. El trasnporte nos deja en la entrada principal del recinto amurallado y optamos por regresar al hotel y asearnos (habíamos acordado eso con la familia que lo regenta) ya que olemos a camello y nos pica hasta el último pliegue de la piel.


Es un gusto sentirse de nuevo limpios y todo un detalle del hotel que nos deja de nuevo todas las habitaciones a nuestra disposición para que nos aseemos, es lo bueno de la temporada baja para el turismo, no hay más demanda de alojamiento por el momento. Después de pagar el safari en camello contamos al encargado del hotel los contratiempos con los camellos y se muestra empático con nosotros, nos ofrece transporte gratis hasta la estación de ferrocarril por la tarde, cuando tengamos que marcharnos y mientras tanto custodiarán nuestros equipajes para que no tengamos que cargar con ellos.

Aprovechamos para visitar dos templos jainistas muy próximos al hotel, en pleno casco antiguo de la ciudad y que tienen gran fama y renombre entre los viajeros, aunque su horario de apertura el público es algo extraño ya que cierran a las 12 del mediodía. Entramos por turnos para guardar de manera alternativa las mochilas, bolsas (prohíben entrar con ellas) y zapatos. Aquí es dónde nos damos cuenta de que algunos indios se propasan con las mujeres extranjeras Una turista centroeuropea se hace fotos con una familia india (padre, madre e hijos) a petición de estos últimos. En un momento de descuido el patriarca indio palpa intencionadamente los senos de la chica lo que provoca una reacción encolerizada de su novio que estaba tomando las fotografías. Se monta un pequeño revuelo que por suerte acaba sólo en palabras, pero si hubieran dejado al mastodonte rubio seguro que habría hecho de todo menos amigos en la entrada al templo.

Una vez en el interior nos sorprende la profusión de la decoración de las columnas y de las bóvedas de los techos, todo tallado en mármol así como de las figuras de elefantes, animales divinos para los indios. Los templos, en sus estancias cubiertas, están sobrecargados y mal ventilados lo que transforman la atmósfera en asfixiante por lo que no prologamos en demasía la visita.

Llegado este momento aún queda mañana por delante por lo que dividimos el grupo en función de los intereses de cada uno; las chicas a comprar y los chicos a hacer gestiones telefónicas para confirmar la reserva del hotel en Jodhpur y a grabar copias de seguridad en DVD de las fotos.

A las 14.00 hemos quedado en reunirnos en un restaurante italiano, Mónica, que nos ha recomendado el dueño del hotel y que se sitúa a escasos metros del acceso principal de la muralla. Nos sorprende el servicio, inusualmente rápido para lo que se lleva en India, y que la comida está occidentalizada y realmente no pica. Parece que han surtido efecto las amenazas: “lo queremos que no pique absolutamente nada, de lo contrario no pagamos la cuenta”. Tomamos exquisito pollo tandoori y sabroso arroz biryani (arroz al estilo indio, con vegetales y yogur)…..y las cervezas bien frías!!! (lástima que en la India se calienten en cuestión de minutos).

De vuelta al hotel hacemos las últimas compras; recogemos nuestros equipajes y el dueño nos ayuda a portearlos hasta la plaza principal dónde negocia el traslado con 4 tuk tuk a la estación de tren. Nos despedimos de él, a pesar de los incidentes de los camellos el trato en todo momento ha sido agradable.


Abordar el tren es la estación de esta ciudad resulta más sencillo que en otras, no hay masificaciones y el convoy llega con tiempo suficiente para buscar el vagón y acceder a él. Incluso nos da tiempo, una vez instalados, a bajar al andén a comprar refrescos que nos hagan más llevadero el viaje, que nos trasladará hasta Jodhpur en algo más de 5 horas, después de recorrer 300 kilómetros. En esta ocasión viajamos todos en el mismo vagón, en literas contiguas.

Durante el trayecto nos ponemos cómodos en las literas y tenemos tiempo para dormir, para leer y documentarnos sobre la ciudad a la que vamos a llegar, para jugar a las cartas y para charlar sobre todo lo que nos ha acontecido en el viaje y lo que nos queda por vivir y porqué no, tomar un chai que vendedores ambulantes a bordo del tren ofrecen, lo transportan en un termo y lo sirven en vasos de plástico a cambio de 5 INR – 0,08 € la unidad.

La llegada a Jodhpur se produce con la noche cerrada y con la llegada dentro del tiempo estimado. La bajada de viajeros del tren colapsa los andenes y las pasarelas elevadas de transición entre ellos lo que nos obliga a un esfuerzo extra para reagruparnos después de la estampida humana. Un señor que porta un cartel en el que se lee Mr. Radhia, se aproxima y nos saluda. Es el contacto del hotel The Blue House (http://www.bluehousejodhpur.com/), que se encarga de recoger a los huéspedes y acomodarlos en tuk tuk para que los trasladen hasta él, y así evitar a los comisionistas que pueden acabar con los huesos del turista dónde más beneficio obtengan a cambio de ello. El precio de la habitación doble con aire acondicionado es de 750 INR – 15 €.


Ha sido una buena decisión reservar hotel en esta ciudad y llamar para reconfirmar la hora de nuestra llegada. Dejamos atrás la animada estación que repite en nuestras retinas ya conocidas con gente desparramada por el suelo intentando conciliar el sueño. El traslado al hotel resulta rápido y constatamos dos cosas; en primer lugar que cada ciudad los tuk tuk son diferentes y característicos de la misma (en Jodhpur son negros y de mayor tamaño con barras metálicas como si de coches de feria se tratase) y en segundo lugar que el centro de la ciudad es caótico en cuanto a organización del callejero y que es sucia, muy sucia.


En el hotel nos recibe Manish, hijo de la familia que parece ser dueña del caserón y que regenta el negocio familiar. Nos negamos a pagar el transporte al hotel porque entendíamos que estaba incluido en el precio de las habitaciones, mientras Manish se hace cargo de él y despide a los conductores de tuk tuk. Otra vez el tedioso proceso de registro durante el que pedimos la cena.


La casa de huéspedes tiene varias alturas con tramos de escaleras más que inclinadas y cuyas habitaciones parecen pender del vacío, fruto de reformas y obras sin rumbo, desafiando a la muerte. Una vez acomodados subimos a la azotea y tomamos algunas pizzas a la escasa luz de un quinqué. De fondo, sobre un paredón de roca emerge la silueta del impresionante fuerte de Mehrangarh, testigo del paso de los siglos a su alrededor. A pesar de que sólo está bañado por la tenue luz de la luna, se adivina su majestuosidad y mañana recorreremos sus entrañas.


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