lunes, 27 de diciembre de 2010

ÚLTIMA PARADA: MOSCÚ Y SU ESPECTACULAR METRO

Viernes, 20 de agosto de 2010

Como si de un martillo se tratara a las 03.00 de la madrugada el sonido del teléfono en la habitación nos expulsa de nuestro descanso. Recogemos todo y nos preparamos para partir y mientras esperamos en la puerta que el taxi llegue repasamos visualmente la situación de Main Bazaar. A estas horas casi todo el mundo duerme y los efectos de las obras de demolición se dejan sentir, puesto que en algunas casas, sin fachada principal, se ha perdido toda intimidad y desde nuestra posición en la calle se distinguen perfectamente dormitorios con sus inquilinos ocupando las camas.

El taxista, que conduce una furgoneta con más años que el sol, se hace el remolón y tenemos que ponernos firmes para obligarle a que aparque en la puerta, no a 50 metros porque no tenemos ganas de cargar con los equipajes a cuestas.

Mientras nos alejamos de la zona del Paharganj el barrio está irreconocible a estas horas, hay gente que duerme al raso, sobre el propio suelo, pero ni rastro de la actividad frenética tan característica en esta zona y en este país durante el día.

Nos desplazamos con suma celeridad hasta el aeropuerto, ya que el tráfico a estas horas apenas existe, la ciudad aún dormita. En la entrada principal de las salidas internacionales nos esperan nuestros compañeros, que acaban de llegar también procedentes de su hotel. Facturamos el equipaje no sin cierta dificultad, porque los operarios del aeropuerto pretenden que lo hagamos hasta Moscú, y no a Madrid directamente. Según ellos, así es más seguro, de la otra forma el equipaje se puede perder. It is a prediction, nos dice el paisano. Claro que es una predicción, como lo puede ser que nos toque la lotería y de momento no nos ha tocado.

Después de insistir el tipo, a regañadientes, nos factura directamente hasta Madrid. Por si acaso tendremos que preguntar en el aeropuerto de Moscú, ya que los rusos nos parecen infinitamente más fiables que los indios. Y llegamos al control de pasaportes dónde nos piden un formulario que hay que presentar relleno para abandonar el país. ¿Y dónde te dan esos papeles?. Nuestro amigo, el de la “prediction”, en vez de hacer su trabajo e informarnos de los documentos a rellenar nos marea con el equipaje y dónde hemos de facturarlo, eficacia india en estado puro.

Y en el control de seguridad vivimos otro episodio surrealista delante de nuestras narices; a un tipo le confiscan una pistola…de plástico, que imitaba a la perfección a una real y que portaba en una bolsa de mano. Menos mal que a los policías nos les ha dado por liarse a tiros sin preguntar o aquello podía haber sido una escabechina. Sabiendo cómo se controla el tema de la seguridad en los aeropuertos y que la India es un foco potencial de atentados islamistas a quien puñetas se le ocurre llevar eso en una bolsa.

Ahora sí que fundimos las últimas rupias que nos quedan en una cafetería de corte occidental dentro de la moderna y recién inaugurada terminal del aeropuerto de Delhi, glamurosas tiendas ofrecen sus caros productos entre la opulencia, cuando unos metros más allá la miseria se apodera de millones de habitantes en las calles de Delhi. No es más que el reflejo de lo que siempre ha sido el mundo; ricos (pocos) y pobres (muchos).

El avión despega puntual y el vuelo nos permite descansar algo, y también divertirnos con un bebé albino que corretea por los pasillos de la aeronave. Nos sirven un desayuno que más bien es comida, con pollo o pescado a elegir, y los más glotones no desaprovechan la oportunidad para llenar el estómago.

En las ventanillas de Aeroflot del aeropuerto de Moscú explicamos al personal de tierra que queremos que nuestras maletas lleguen a Madrid al día siguiente, en el avión en el que viajaremos nosotros. Parecen entender las instrucciones, ya veremos cómo sale la cosa. Gastamos alguno de los rublos que nos quedan en comida y bebida (para los que no tenían hambre en el avión), sacamos más efectivo en un cajero ya conocido por nosotros y tomamos el tren Aeroexpress camino del centro.

Desde la estación de Belorussky, optamos por hacer un recorrido por las estaciones más espectaculares del metro de Moscú, muchas de ellas situadas sobre la línea circular. Y son espectaculares: lámparas de araña, mosaicos, vidrieras, estatuas y pinturas que narran los hechos acontecidos durante el último siglo de historia del país salpican las estaciones que son un prodigio de la arquitectura, del diseño y de la ingeniería. En ellas los turistas que las contemplan se confunden con los viajeros que las utilizan para transportarse a diario. Los moscovitas deben estar acostumbrados a ello y junto con su carácter frío y distante, hace que ignoren por completo a los que fotografían con insistencia los andenes y bóvedas, obras de arte por méritos propios.


Acomodamos la ruta por las estaciones más significativas para acabar cerca del centro en la zona en la que hemos reservado hostal para esta noche, en Kitay-Gorod que se encuentra a 15 minutos andando de la Plaza Roja. Se trata del Rainbow Hostel (Luchnikov Pereulok, House 7/ 4, Building 6) emplazado en un añejo edificio que rezuma comunismo por los cuatro costados. La sorpresa mayúscula nos la llevamos cuando los chicos encargados de la recepción, que hablan 4 palabras de inglés, no tienen constancia de nuestra reserva.


Comienza una odisea que nos lleva a utilizar el ordenador de la recepción y el traductor de Google para hacernos entender. Al final conseguimos que nos habiliten una habitación de 8 literas para todo el grupo para lo cual tienen que reubicar a algunos huéspedes en otras estancias y finalmente, tal y como habíamos reservado en un principio, nos mantienen el precio de 700 RUB – 17,50 € por cabeza.


Son más de las tres así que hay que buscarse algún sitio para comer y tenemos suerte porque una chica rusa que se hospeda en el hotel habla inglés y aprovechando que le pilla de camino nos va explicando la ubicación de un restaurante tipo buffet con comida típica rusa y precios asequibles. Se trata del Mu-Mu (Úlitsa Misnítsaaya, 14), local de una cadena rusa, inconfundible por la vaca suiza que tiene como emblema y que se exhibe en un cartel a la entrada.

Degustamos platos de la gastronomía rusa señalando lo que queremos con el dedo, porque el servicio no habla inglés: a destacar los filetes rusos, las salchichas, la sopa de remolacha con mayonesa y por supuesto la cerveza fría servida en jarras enormes que causan alaridos de emoción entre nosotros. Y como obsequio de la casa, con la cuenta, un caramelo que nos sabe muy rico.

Con fuerzas renovadas y el estómago lleno volvemos al hostal para cerrar el tema del transporte de madrugada hacia el aeropuerto y la fortuna nos sonríe porque un joven huésped sabe inglés y conseguimos que nos haga las veces de traductor. Por 2500 RUB – 62,50 € una furgoneta nos recogerá en el hotel y nos dejará en el Sheremetyevo a la hora fijada.

Mientras Óscar y Fátima se quedan en el hotel descansando, Nacho se va a dar un paseo por la Plaza Roja ya que aún no la conoce y el resto nos dirigimos en metro hacia el mercadillo de Izmailovo ubicado al aire libre (estación de metro de Izmailovsky Park). Después de un intento frustrado pasándonos de estación damos con el sitio pero prácticamente está todo recogido. Milagrosamente conseguimos comprar en un par de puestos juegos de muñecas rusas (las famosas Matrioskas), gorras militares del ejército ruso con decenas de insignias y hasta una vieja cámara super 8, todo aplicando el regateo que no perdemos de vista. Es una lástima no haber llegado antes porque habríamos sido felices cotilleando entre cientos de objetos antiguos, muchos de ellos relacionados con la segunda guerra mundial.

A pesar de ser agosto, el viento gélido del norte se adueña de las calles de la capital moscovita y apenas salimos del mercado y nos hacemos unas fotos en un centro comercial muy llamativo que está decorado al estilo ruso, nos encaminamos con premura al metro. Venimos del calor y la humedad extrema y este primer latigazo de frío lo encajamos mal.


Optamos por acercarnos al restaurante de este mediodía a cenar algo ligero y mandamos un SMS a Nacho para que se reúna con nosotros allí. Tenemos pocas horas para descansar así que nos vamos al hostal. Es un gusto dormir en un lugar en el que precisas arroparte para no pasar frío, y no precisamente por el efecto del aire acondicionado. Y sucede lo que tenía que pasar: caemos rendidos, víctimas del ajetreo y del cansancio acumulado.


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