lunes, 27 de diciembre de 2010

EXCURSIÓN A SARNATH

Jueves, 05 de agosto de 2010

A las 09.00 hemos quedado en reunirnos en la terraza del hotel para tomar el desayuno y se agradece levantarse a una hora más normal después de los madrugones de los últimos días. Llegamos caminando a la zona de la carretera principal tras atravesar la ciudad vieja, que por supuesto vive en plena efervescencia a estas horas.

Aunque uno camine ajeno a las llamadas de los conductores de tuk tuk y ciclorickshaws éstos te persiguen y como se te ocurra preguntar por sus servicios para ir a un determinado sitio entonces se pegarán a tu lado y no te dejarán en paz. Como sabemos el precio que cuesta una carrera a Sarnath (ubicado a unos 10 Km de Varanasi) hacemos varias tentativas, ante las que obtenemos precios que suponen el triple o más por la carrera solicitada. Manteniéndonos firmes al final conseguimos el precio que nos había indicado el empleado del hotel, 100 INR – 1,66 € para cada tuk tuk.

El recorrido nos aleja del concurrido centro hacia zonas con menos gente y también más degradadas, y así lo atestigua el estado deplorable del firme y de las edificaciones. Podemos observar cómo se realizan trabajos de construcción en una estructura de lo que parece ser un paso elevado para una nueva carretera; las obras conviven con el tráfico urbano y la circulación de peatones sin que se exista delimitación de las mismas, de tal modo que nuestro propio vehículo atraviesa el área en busca de un atajo hacia el destino fijado.


Los conductores de nuestros tuk tuk detienen la marcha para comprar en un puesto callejero tabaco de mascar, muy usado en la India, y posteriormente para repostar combustible (estos cacharros tienen un depósito de apenas 3 litros). Aprovechan la maniobra para intentar convencernos de que nos esperaran durante la visita, que según ellos durarán 45 minutos, para luego devolvernos a la ciudad y cobrar el trayecto de vuelta. No sabemos cuánto tiempo estaremos visitando la zona, y no queremos agobiarnos pensando que tenemos tiempo limitado para ver todo, así que declinamos el ofrecimiento.

Sarnath es una de las cuatro ciudades santas del budismo, siendo el lugar histórico donde Buda por primera predicó el budismo, dando nacimiento al Dharma (religión actual), y cuna de la primera comunidad budista, dando nacimiento a la Sangha (asociación o comunidad de budistas). En el lugar existe un museo, que visitamos, donde se expone el símbolo de la India y que aparece en su bandera y en multitud de billetes, el conocido como pilar de Ashoka, un capitel de columna con cuatro animales grabados en él (elefante, toro, caballo y león).

 

La ciudad además alberga monasterios de monjes budistas y tibetanos, o monumentos y está rodeada por grandes zonas verdes que aportan una nota de frescor al ambiente. Esto unido a que el turista no se siente tan atosigado como en Varanasi hace que disfrutemos de la visita y nos solacemos caminando entre parques, jardines, templos y monumentos.

 

Nos encontramos con una pareja de españoles con los que intercambiamos opiniones y experiencias vividas en nuestros viajes. Ellos contrataron a un conductor que les acompaña en todo momento, dicen estar cansados de que les lleven a tiendas y restaurantes dónde su conductor cobra la correspondiente comisión, y además de esto lo peor es el tema de que les fija los horarios y les planifica a su antojo la hoja de ruta diaria. Nos alegramos de haber decidido viajar por nuestra cuenta, tiene inconvenientes pero uno es dueño de su tiempo, sobre todo cuando se arma de paciencia y se acostumbra al modo de vida indio, dónde todo tiene su ritmo propio.

Antes de abandonar el emplazamiento nos acercamos a contemplar la estupa Dhamekh, una construcción de carácter religioso, que supone un lugar de peregrinación budista en India. Esta estupa de forma cilíndrica, fue construida en el lugar en que Buda dio su primer sermón, tras ser iluminado. Inmortalizamos el momento con varias fotografías.


Son las 14.00 cuando decidimos volver a Varanasi para lo que negociamos dos tuk tuk que nos lleven hasta allí, indicando que nos dejen en el Godaulia Crossing. El problema viene cuando llegamos cerca del punto de destino, los conductores se detienen y dicen que no pueden acceder al cruce porque no “tienen licencia para circular por esa zona”. Preguntamos a la gente de la calle para que nos confirme a qué distancia estamos de Godaulia, y nos dan versiones variopintas, algunos dicen que a 500 metros (pero ya sabemos que las distancias en India, al igual que los tiempos de espera nunca se corresponden con la realidad).

En pocos minutos nos vemos rodeados por docenas de personas; vendedores, viandantes, comisionistas, conductores de tuk tuk que tratan de que les contratemos. Queremos que cumplan con lo que habíamos contratado, si sabían que no podían entrar a la zona de Godaulia porque su licencia no se lo permite que nos lo hubieran dicho antes de montar. Amenazamos con llamar a la policía para tratar de infundir algo de temor en ellos y que nos lleven a nuestro destino. Incluso sacamos una libreta y apuntamos los números de matrícula de cada vehículo amenazando con denunciarles, lo que les enoja bastante. Finalmente les ofrecemos el pago de una cantidad descontando lo que consideramos justo por el trayecto que debe faltar por realizar. No es cuestión de dinero (unas pocas rupias), sino de la tomadura de pelo a la que someten al turista, indefenso ante estas situaciones.

Según nuestros cálculos debemos caminar algo más de un kilómetro hasta el Godaulia Crossing, dónde al llegar comprobamos que también existen carteles indicativos que indican cómo llegar a la tienda de sedas Baba Blacksheep. Caminamos bajo una fina lluvia y preguntamos a Shaqueel si conoce la forma de llegar al restaurante Apsara (24/42 Ganga Mahal), que es dónde queremos comer en el día de hoy. Amablemente nos hace un croquis del recorrido que nos sirve para llegar hasta él, no sin algunas dudas de por dónde seguir al llegar a determinadas encrucijadas de callejones.

El restaurante en sí no vale la pena, es un sitio pequeño con apenas 3 meses, y tampoco especialmente limpio. Salimos del paso tomando tortillas francesas y sándwiches de pollo mientras departimos con una pareja de españoles que hay en la mesa de al lado. Dejamos una propina (25 INR – 0,42 €) que a tenor de la cara de alegría que pusieron y el bote que pegaron los dos camareros había sido de lo más generoso que habían recibido. En las afueras del restaurante pasamos por una tienda de ropa local dónde podemos comprar algunas camisetas de algodón a precios irrisorios (30 INR – 0,50 €) y algunos discos de música india en la tienda contigua.

Retornamos a la tienda de Shaqueel para que las chicas hagan la prueba definitiva de sus vestidos antes de llevárselos. No tienen fortuna, porque incluso el diligente vendedor tiene que requerir la presencia de la mujer a la que encarga los trabajos de costura para que tome nota de las instrucciones exactas de los arreglos que tiene que hacer en los vestidos; nos tocará volver mañana de nuevo. Son casi las 20.00, la tienda está a punto de cerrar y Shaqueel se ofrece a servir de guía culinario por Varanasi y acompañarnos a cenar a un restaurante con especialidad en el pollo tandoori. Nos parece una fantástica idea así que aceptamos con gusto.

Shaqueel organiza el transporte hasta la zona en la que cenaremos regateando los con los conductores de los ciclorickshaws. Entre risas nos dice que es una cosa de la que tampoco se libran los nativos, el duro regateo. Él se desplaza en moto y le acompaña Javier que tiene el privilegio de experimentar lo que se siente a lomos de este medio de transporte por las concurridas calles de Varanasi, en plena oscuridad y dónde las farolas brillan por su ausencia.

Disfrutamos del paseo nocturno, encantados con la experiencia de poder ver la ciudad a estas horas. En el restaurante comemos un pollo tandoori exquisito, con un nivel de especias adecuado a nuestros maltrechos estómagos y a la hora de pagar invitamos a nuestro anfitrión. A la salida nos dice que si queremos algo dulce de postre y nos conduce a un puesto callejero dirigiéndose en hindi a hombre que lo regenta. Éste se lava las manos antes de prepararnos una golosina típica en la India y que se conoce con el nombre de paang. Con habilidad el hombre coloca dentro de una hoja verde de algún tipo de planta algunos productos; ralladura de coco, pistacho, gelatina dulce y nos lo tiende para que lo probemos.

Algunos reacios no aceptan la proposición y sólo los valientes (Óscar, Alberto, Isabel y yo) se llevan el supuesto manjar a la boca. Siguiendo indicaciones de Shaqueel lo masticamos y una oleada de frescor inunda nuestras bocas, es como hacer gárgaras con un elixir de menta fresca, desde luego es el mejor remedio para refrescar la boca después de una comida picante.
 

Nos despedimos de Shaqueel agradeciéndole su hospitalidad y nos hacemos una foto de grupo. Pensábamos que caminar por la ciudad a estas horas de la noche sería peligroso pero nada más lejos de la realidad. Es más se camina más desahogado sin la necesidad imperiosa de mantenerse alerta por el paso continuo de todo tipo de alocado tráfico. Llegamos al hotel donde el portón ha sido echado y accedemos a través de una pequeña puerta de madera que se aloja en él. Mañana abandonaremos esta ciudad que nos ha mostrado en gran medida cómo es este país.


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