lunes, 27 de diciembre de 2010

PASEO EN BARCA POR EL GANGES Y COMPRA DE SEDAS

Miércoles, 04 de agosto de 2010

A las 04.45 ponemos el despertador y a las 05.00 nos reunimos en la recepción del hotel, en cuyo hall aún duermen los trabajadores del mismo, sobre colchones tendidos en el suelo. Nos abren la puerta, que por motivos de seguridad permanece cerrada durante la noche, y en la calle, puntual, espera nuestro barquero, un chico joven y enjuto con bigote.

Bajamos a las escaleras del ghat dónde nos acomodamos sobre una desvencijada barca de madera con sumo cuidado y distribuyendo el peso para evitar volcar. La tripulación está constituido por dos chicos jóvenes a los remos y un hombre más mayor que hace las veces de timonel. Nos parece increíble que con cuerpos tan menudos y famélicos tengan fuerza para remar y manejar la barca con un pasaje tan abultado.

El recorrido comienza aguas abajo mientras la claridad del sol empieza a manifestarse cuando aún éste no ha despuntado detrás del horizonte. Nos dirigimos hacia el Manimarnika Ghat, que el día anterior visitamos a pie tras seguir al cortejo fúnebre que nos encontramos en los callejones. Desde la quietud del agua podemos apreciar varias pilas funerarias ardiendo mientras los cadáveres son devorados por las llamas. Lejos del ajetreo que se vive continuamente en la ciudad antigua y en los propios ghats, a esta hora se respira tranquilidad, apenas los hombres pertenecientes a la casta que realiza las cremaciones pululan por la zona; no hay ruido, no hay bullicio, no hay aglomeraciones. Disfrutamos del espectáculo de la ciudad y su encanto en completa calma desde la embarcación.


La embarcación vira aguas arriba, ahora es cuando a los aparentemente débiles hombres les toca el trabajo duro, remar contracorriente. Se desenvuelven de maravilla. A un ritmo parsimonioso deshacemos el camino pasando de nuevo frente a nuestro hotel y tomando el camino aguas arriba que nos va mostrando como poco a poco la gente va llegando a las escalinatas que dan al río para tomar su baño matutino en las aguas sagradas. Gran parte de la vida de esta ciudad se hace en el río; aseo personal, lavado de ropa, ofrendas, punto de reunión…


Nos asombra ver cómo la gente se zambulle por completo en las más que contaminadas aguas del Ganges a su paso por la ciudad, dónde vierten 30 colectores, se arrojan restos de las cremaciones y flotan sobre el agua numerosos cadáveres de animales (vacas, cabras, perros). Seguramente si se nos ocurriera a nosotros hacer lo mismo enfermaríamos sin remedio.


A medida que avanzamos río arriba el tráfico de embarcaciones de turistas se hace más patente, mientras que las orillas empiezan a llenarse de vida y el sol ya ha roto la línea del horizonte y empieza a calentar. Nuestro barquero nos explica que estamos enfrente del crematorio que se emplea para la gente pobre y sin recursos (dependiendo de lo que se pague se tendrá una cremación más ostentosa, con una pira de madera más grande).


Ante nosotros se dibuja un espectáculo dantesco. Sobre una plataforma de hormigón en la orilla del agua un perro parece rebuscar entre los restos de ceniza de alguna cremación reciente. Parece ser que encuentra lo que busca, y comienza a comer la carne carbonizada que aún permanece pegada a un fémur humano. A muy pocos metros, una niña solitaria de apenas 5 ó 6 años remueve los restos de las cenizas y rescoldos en busca de algún objeto de valor que pudiera existir (dientes de oro, anillos, cadenas….pertenecientes a los cadáveres incinerados). Esto es Varanasi, la ciudad dónde la muerte y la vida conviven entrelazadas, sin remisión.


Empapados por la realidad y conscientes del significado de la vida y la muerte en la India, la barca es dirigida aguas abajo hasta el ghat de nuestro hotel, al final el paseo ha durado una hora y cuarto. Este tiempo nos ha servido para observar la ciudad desde la tranquilidad del bote, sin gente que nos agobie y hemos sentido la fuerza sagrada del Ganges.


Volvemos a recurrir a la Lonely para buscar un sitio dónde desayunar y cerca del hotel lo encontramos. Se trata de la terraza conocida como Dolphin Restaurant, situada en la azotea del edificio que alberga el Rashmi Guest House (http://www.palaceonriver.com/). Desde aquí las vistas son espectaculares, dominando desde las altura todos los ghats que se elevan a orillas del río y además la carta es amplia por lo que podemos elegir el desayuno al gusto (fruta, tostadas, porridge, huevos revueltos, zumos, pancakes, sandwiches…). El sol empieza a picar sobre nuestros cogotes y algunos deciden desayunar en el salón climatizado de la azotea mientras que otros lo hacen fuera, en la calle observando el panorama y los monos que juegan en las cornisas cercanas.


Hoy pretendemos tomarnos el día de relax y después de descansar un rato en el hotel damos prioridad a las compras y a las preferencias de las chicas que quieren ir al otro lado de la ciudad a ver una tienda de sedas también anunciada en la Lonely. Para llegar allí, como hacemos siempre hemos de caminar atravesando la ciudad vieja y luego cerca del Godaulia Crossing, auténtico punto neurálgico de la ciudad y de aglomeraciones de tráfico, tomar un tuk tuk. No conocen la tienda, así que les indicamos que nos lleven a la calle principal, justo a la altura de lo que buscamos. Preguntar es inútil porque la mayor parte de las veces los comisionistas tratan de llevarte a alguna de las tiendas en las que ellos harán negocio con las ventas. Menos mal que nos damos cuenta de que entre los miles de carteles que adornan las calles de Varanasi existen indicaciones claras que conducen a la tienda que buscamos.


Baba Black Sheep (www.babablacksheep.co) se ubica en el barrio de Bhelpura, cerca de la estación de policía y al entrar parece una tienda pequeña. Nos recibe un chico joven, que rápidamente abre la puerta que da a una trastienda de dónde sale otro hombre más mayor. Se apresura a pasar a la parte posterior del local dónde hay una tarima elevada y acolchada y varias sillas. Nos invita a tomar asiento y comenzamos a hablar de nuestro viaje a la India, del tiempo que llevamos aquí y de las impresiones que por ahora nos causa el país.

Dentro del local se está muy a gusto, con el ventilador y el aire acondicionado funcionando y alejados del sofocante calor exterior y de los cansinos comisionistas que no te dejan descansar ni un minuto. El dueño de la tienda, Shaqueel, nos ofrece un refresco o un chai y manda al dependiente en su busca. Es parte del ritual y de la forma que tienen los vendedores indios de hacer negocios, a nosotros nos resulta mucho más atractiva que el acoso y derribo que uno sufre a pie de calle.

Evidentemente las que más disfrutan son las chicas y gozan como nunca cuando Shaqueel las invita a sentarse junto a él en el tatami acolchado dónde les enseñará todo tipo de prendas. En primer lugar nos explica los métodos a utilizar para distinguir la seda auténtica de productos artificiales y más tarde como poder diferenciar la lana de pashmina (un tipo de lana de cachemira, proveniente de cabras que se crían en las alturas del Himalaya) de otro tipo de tejidos acrílicos. El muestrario de la tienda es extenso; pañuelos de seda, pashminas, shares de seda (rollos de tela con los que visten las indias), ropa de cama, manteles para mesas…

Las explicaciones son interesantes y a medida que transcurre el tiempo más intrigados estamos por el mundo de la seda y sus imitaciones (viscosa, de origen orgánico y de muchísima peor calidad), pero llega un momento en que son las chicas las que toman el protagonismo porque comienzan a seleccionar las prendas a comprar. Preguntamos a Shaqueel si podemos usar su ordenador para hacer unas consultas en internet y nos lo cede amablemente. Los chicos estamos encantados, en un lugar fresco, seco y limpio así que no tenemos ninguna prisa.

¿Os quedáis a comer conmigo, verdad?, nos pregunta en inglés Shaqueel, Aceptamos el ofrecimiento y el vendedor manda al dependiente en busca de comida a un local cercano en el que se sirve comida india genuina. Declina nuestra oferta de pagar la parte que nos corresponde, nos quiere invitar. La conversación, con todos sentados en círculo sobre el tatami acolchado y alrededor de las viandas, toma un cariz más personal y hablamos de las costumbres de la India y de las de España, de la forma de vida, de las relaciones familiares y de un sinfín de cosas. Observamos que Shaqueel utiliza la mano izquierda para comer (en la religión hindú esta mano sólo se dedica a tareas sucias e impuras en el aseo personal) por lo que deducimos que es musulmán y así nos lo confirma.

Acabada la comida retomamos “los negocios” y por un buen rato hace la prueba determinante a todas y cada una de las prendas que compramos para mostrarnos que son auténticas y que nos no da “gato por liebre”. Isabel y Fátima se han hecho unos vestidos de tela de sharee de seda natural a medida por lo que el día siguiente tendremos que volver a recogerlos. Nos despedimos del eficiente y simpático vendedor y abandonamos su tienda en busca de algún cajero para sacar efectivo y de una tienda de móviles dónde poder preguntar por la posibilidad de comprar un puerto USB para conectarnos a internet con el portátil de Nacho cuando nos reunamos con él.


Regresamos al hotel a media tarde y lo único que nos apetece es sentarnos a tomar algún refresco en la terraza del Alka, al lado del balcón que tiene vistas al río. Nos encontramos a un grupo de españoles que van camino de Delhi e intercambiamos información con ellos sobre trenes, hoteles en la capital y sobre la tienda de seda, por la que muestran interés las chicas de su grupo. Mientras cenamos en la misma terraza obtenemos información a través de uno de los empleados del hotel del precio que puede tener un trayecto en tuk tuk hasta Sarnath, dónde queremos ir al día siguiente. La luz se va un par de veces (algo típico en la India dónde hay mucha gente que se conecta fraudulentamente al tendido eléctrico público) lo que nos permite apreciar con mayor nitidez las velas encendidas depositadas sobre hojas de árbol son arrastradas por la corriente del río; se trata de las pujas, ofrendas que se realizan en honor a las deidades de la religión hindú. Nos deleitamos con los ghats iluminados bajo la luna y con las magníficas vistas que nos brinda el balcón del Alka. Más abajo, en el río grupos de niños huérfanos de apenas 7-8 años se reúnen para entretenerse con algún juego de mesa mientras que otros ya duermen sobre los duras y frías escalinatas de piedra. Esto es Varanasi.


No hay comentarios:

Publicar un comentario